20 Oct Autónoma y madre… Puro funambulismo
Aquí estoy, escribiendo este post que es un poco especial. Porque es el último que escribo estando sola.
Para el siguiente seré ya una mami primeriza con mi pequeña en los brazos. Pasaré a entrar en una situación “a la inversa”.
Y digo a la inversa no como algo baladí. Porque este artículo lo escribo por cumplir una premisa que hablé con mi querida hermana de vida (sí, Tamara, tú vas a pringar conmigo), y yo. Nos prometimos que, después de un duro año judicial en el que hemos acabado con el “fuelle” muy pero que muy desinflado. Pero que poco a poco vamos volviendo a tomar conciencia y fuerza.
En el anterior post publicado en Mujeres Valientes (no puedo evitar emocionarme al recordarlo), Tamara se abrió en canal y dedicó sus palabras a mí, porque una de las tantas cosas que nos habían azotado en este año judicial, había sido el salvaje juicio al que fui sometida por la cabezonería de una compañera. Y digo cabezonería por no decir otra cosa.
Esta vez, me toca a mí exponer otras situaciones que han sido un punto de inflexión de mi vida en este año judicial tan duro, y tomar conciencia de muchas cosas.
Si ya el 2020 fue pésimo por todo lo atravesado con la tragedia de la pandemia del Covid-19, tomando mil y una precauciones; protegiendo a mis seres queridos (mis padres por edad son pacientes de riesgo, y mi padre sobre todo por ser enfermo pulmonar); manteniéndome siempre cuidada y teniendo precaución con mi compañera (embarazada durante todos estos momentos de incertidumbre y recién parida cuando salieron las primeras vacunas)… Viene a cumplirse mi peor pesadilla.
El 18 de enero empiezo a manifestar síntomas como de una gripe… En un primer momento no le eché mucha cuenta, pero decidí resguardarme en casa por si acaso. Hasta que mis sospechas tomaron vida, el 25 de enero di positivo en Covid-19. ¡Para empezar bien el año!
Cuando doy positivo empiezan a volverme loca. “15 días desde que manifestaste síntomas”, “15 días desde que das positivo”. Al final es que evidentemente no quise jugármela. Quince días desde que di positivo, más una semana que ya llevaba… 21 días confinada.
Ya adelanto, porque algunas me dicen que no tengo porqué quejarme, no es lo mismo estar confinada con Covid, que sin él. Y evidentemente, teletrabajando, porque no tienes derecho siquiera a estar de baja porque los procesos siguen sin esperarte. La vida del autónomo.
Cómo ser autónoma y no morir en el intento
Pero lo que me atormentó durante 15 de esos 21 días, fue mi particular dilema filosófico, ¿Cómo es posible que tomando todas las precauciones del mundo, evitando aglomeraciones, yendo a prisiones, comisarías, tratando con documentación y gente en el despacho, me contagié?
Esa pregunta me rondaba la cabeza hasta que me comentan de pasada, “eso te lo ha contagiado alguien asintomático, o alguien que lo tiene, lo sabe y no te lo ha dicho”.
Y aquí, señores, viene la guinda del pastel. Fue alguien que lo tenía, lo sabía, y sin decirme nada me abrazó. Y por más que me separé rápidamente, no fue suficiente, me contagié, y por ende… contagié a mis padres, a aquellos a los que luchaba por proteger. No estamos a salvo de nada. Y por supuesto, tomé conciencia de que no podemos estar seguros de nada.
Gracias a Dios todo fue bien, superé mi coronavirus, y a día de hoy sigo teniendo anticuerpos, cosa que en mi situación y estado agradezco. Sin embargo, siete semanas después me encuentro con una noticia maravillosa: me comunican que estoy embarazada de unas ocho semanas aproximadamente.
Así que a partir de ahí, ha comenzado mi andanza por el mundo jurídico, haciendo juicios entre ecografías, citas de analíticas, y peticiones de señalamientos. Aquí me encontré también con una situación de incomprensión, que pensé que podía venir de los propios Juzgados, pero también es cierto que por parte de los propios compañeros, que hacen que te plantees que no todo el mundo es tan generoso y solidario con las circunstancias de una persona.
El embarazo siendo autónoma es algo que hace que vayas a contrarreloj, luchando contra todo tipo de mareas tipo “baja el ritmo”, o “tienes que descansar”, o “no puedes estar todo el día para acá y para allá”.
Y quieres llegar al término del embarazo y trabajar hasta el último día, y siempre con la sombra de Pepito grillo como si de golpe y porrazo te hubieras vuelto débil, coja, manca, sorda y ciega… y torpe de paso.
Pero bueno, se van sorteando ese tipo de cosas, y vas caminando no solo con el estrés propio del trabajo, el calor del verano que se te viene encima en la mitad del segundo trimestre… Y empezando a tener las primeras sensaciones de tu bebé nadando en tu interior.
Bebé que te hace pensar si serás lo suficientemente fuerte para sacarlo adelante. Que hace que te preguntes si lo harás bien o si lo harás mal… Si el trabajo te permitirá pasar tiempo con ella y ser la madre presente, y no ausente. Esto último lo descarto, porque veo a Tamara disfrutar de sus pequeños y teniendo las dos el mismo coraje.
Creo que todo es posible y confío en que quizá no lo haga perfecto, pero sí lo mejor que pueda, y con mi mejor fe.
Hasta hoy he sido mujer, hija, hermana, esposa, y abogada… Ahora añadiré un atributo más a la lista: MADRE DE UN BEBÉ (en eso me ganas Tamara, tengo mucho que aprender de ti y de mi madre, que las dos me habéis dejado el listón muy alto).
Bebé que si todo sale bien, para el próximo mes de diciembre estará conmigo en mis brazos o a mi lado en la cuna mientras escribo mi siguiente artículo.
Esta vez ha sido un poco más emocional, menos jurídico y más cercano, porque no siempre somos “las guerreras” que nos ponemos la toga para “sacar los cuchillos”. A veces nos la quitamos, y nos desmaquillamos, para descubrirnos que somos mucho más que eso… Eue somos hijas, hermanas, esposas… y MADRES.
Espero que os haya gustado y que no me haya “patinado” ninguna neurona… y es que estos últimos días están siendo intensos y pesados, porque tanto mi pequeña como yo estamos deseando cruzar una mirada… un gesto… y, como viene predeterminado, TODA UNA VIDA.
Un beso a todas… Nos encontramos en diciembre
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