El derecho de los abogados... Defender a la profesión

Abogado… Una profesión de riesgo y complicada

Abogado... Una profesión de riesgo y complicada. Mujeres Valientes

 

Encantadas de estar de nuevo por Mujeres Valientes, y de escribir este artículo, medio en común, medio separadas, de las dos letradas que conformamos Mateos y Huelga. Y digo esto porque hoy, precisamente hoy, he recibido una carta. Una que nunca pensé que recibiría, y que, no sé si merezco, y que me envía mi querida compañera de despacho, y querida amiga, María José Mateos.

Lo cierto es que llega en un momento oportuno, tras las cuasi vacaciones de verano (en esta profesión el descanso mental no existe), en las que he tenido oportunidad de darle vueltas a todo.

Llegué a final de curso judicial, allá por julio, con serias crisis de ansiedad, y una sensación de desasosiego constante, en relación con la profesión. Y es que, de entre todas las profesiones, creo que ésta que nos ocupa es de esas en las que te encuentras con la carroña de la sociedad unas veces, con la miseria de frente otras, y con profundo dolor ajeno la mayoría de las jornadas laborales.

Y en nuestro despacho nos hemos caracterizado siempre por empatizar con nuestros clientes. Tanto que, irremediablemente, acaba pasando factura. Lo cierto es que, tras el descanso estival, la lectura del gran Rafael Santandreu, y ayuda profesional, una va mejorando, pero han sido meses duros.

La carta que recibo, y de la que me guardaré ciertos párrafos para que queden entre ella (Ella) y yo, por no divagar, comienza de la siguiente manera:

“Esta carta va dirigida a ti, no como algo que me haya resultado fuera de serie, no como un triunfo al uso que podemos tener en el Juzgado en un procedimiento normal. No. Esta carta, te la escribe una compañera a la que el término creo que le viene al pelo, porque sabes cómo soy.

 En esta carta te hablo desde el corazón más profundo, desde la más absoluta vorágine de sensaciones que tengo en este momento, pero sobre todo… desde el alivio más inmenso.

 Quiero dejarte una pregunta en el aire, que seguro que te habrás hecho en tus noches de inquietud que has vivido conmigo durante el último año, por hoy, curiosamente, hace un año de esto. ¿Qué siente un letrado cuando se le juzga con la toga puesta?”

 Y lo cierto es que no tuvo la toga puesta, al menos físicamente, pero sí que fue juzgada

Y su juicio, por ridículo que fuera, fue tan injusto y tan salvaje que se unió a la sensación de desazón en la que me sumí.

El caso, jurídicamente, estaba bastante claro: mi compañera de despacho firmó, en virtud de un poder notarial de una clienta del bufete, un contrato de arras para la compra de una vivienda. Ingresó el dinero en la cuenta de la clienta, íntegro.

La clienta se gastó el dinero y no vendió la casa. La demanda contra nuestra clienta era clara, pero la sorpresa fue mayúscula cuando vimos que la letrada contraria (compañera no es un término para ella), había demandado también a María. Que, en resumidas cuentas, es como si para reclamar una cláusula suelo, demandas también al trabajador del banco que fue contigo a notaría.

Avisamos a la letrada de que esa demanda no tiene cabida, le dice lo mismo el seguro de responsabilidad civil, y hasta el colegio profesional. Pero esta mujer no ceja en el empeño. ¿La razón?: Simplemente que ganar el pleito frente a nuestra clienta no le servía porque era insolvente, necesitaba alguien con oficio y beneficio, y mira por dónde ¡una abogada!.

Esa es otra, hay como una especie de leyenda urbana acerca del dinero que tenemos los abogados, como si en cada casa de cada abogado hubiese un pozo sin fondo de donde sacamos dinero sin parar.

Esto lo piensan clientes (que incluso han llegado a coaccionar para robar dinero de despachos profesionales), amigos, hacienda, y hasta otros abogados que, como esta señora, letrada de profesión y kamikaze de vocación, decidió poner un demanda que hasta para un jurista de primero de derecho, estaba abocada al fracaso.

Y a partir de ahí comienza un calvario, un sinsentido de torturas procesales al procedimiento por parte de la susodicha letrada, que acaban con el resultado esperado, PIERDE EL PLEITO CONTRA MARÍA. Lo que ocurre anímicamente, lo cuenta ella mejor que yo:

“Una maraña de sensaciones de rabia, de ira, de frustración… de pensar que hay alguien de tu mismo círculo, con esa toga que tanto trabajo te ha costado ganar, y que esta persona se la pone para dispararte con saña y mala fe. Porque ya esto se siente cuando eres demandado, pero peor aún es… ser letrado y que te pongan una demanda, y peor… que te la pongan sin que sepas el por qué.

Cuando te notifican la demanda sientes que el mundo se te viene encima, que todo en lo que crees se desmorona, y que tu capacidad de raciocinio se te va a tomar a por uvas. Piensas a través del miedo, lo lees, y por más que lo lees no tienes ni idea de qué te tienes que defender.”

Ese es el fondo de nuestra profesión. De repente, a alguien le da por buscarte las cosquillas, y hace que todo lo que has construido salte por los aires (o casi) en menos que canta un gallo. O en menos de lo que te fumas un cigarro (cuánto lo echo a faltar).

A veces pienso que, de no ser por el hecho de poder ayudar a quien de verdad lo necesita, ya hubiera colgado la toga.

De todos nuestros clientes, pueden ser un dos o tres por ciento, pero esos pocos, esas personas, con las que crees que sumas algo a la sociedad, aunque no puedan pagarte, os digo de verdad que son las que han hecho, sin saberlo, que siga aquí, y hoy escriba esto.

Porque el día a día es otro: el de clientes que corren a buscarte cuando tienen un problema pero no lo hacen tanto para pagar, el de quien no entiende que un domingo por la mañana no vas a contestar ese whatsapp “tan urgente” con una duda tonta que puede perfectamente esperar al lunes.

El que te dice que te va a demandar porque te dio dinero en mano y lo quiere de vuelta (y te deja con las patas colgando porque eso jamás pasó pero sabes que tiene ciertas adicciones y sabes por qué lo hace), el de quien te amenaza de muerte embarazada de ocho meses por haber pedido la pulserita para que no se acerque a su ex pareja… o el de la letrada suicida que demanda a tu compañera sin sentido alguno.

Así lo cuenta ella en su carta:

 “No le das más vueltas, prefieres no ver más el pleito, pero no puedes evitarlo…

… De vez en cuando te vienen noches de desvelo, noches de incertidumbre, noches de sentimiento de inseguridad, llegando a plantearte si lo que hiciste estaba bien, o si por el contrario te equivocaste, pero no ves el error por ninguna parte, y a pesar de que tienes esa sensación, todo el mundo dice que no hay error por ninguna parte. Pero tú lo ves… no sabes dónde, pero lo ves.

 Unos días antes del juicio ves cómo preparamos el interrogatorio, ves que hay que tener claros conceptos para no confundir, y cómo poco a poco voy sorteando y teniendo claro los conceptos no solo tú, sino tener claro para que su señoría no se líe.”

Y es que, aunque la carta se titula “Qué siente un letrado al ser juzgado”, yo, con el permiso de mi querida amiga, lo cambiaría por “Qué siente un letrado”. Porque hablas con compañeros, con gente con mucha experiencia, y no parece que la cosa mejore con el tiempo.

Todos pasamos por situaciones parecidas, tenemos nuestra particular caída del caballo. Mi socia lo tuvo aquí:

“Redacté esa contestación acorde a lo que tú me ibas dictando, y añadiendo comentarios y cosas para aclarar y dejar todavía mas clara la esencia del pleito.

Y la presentamos… Entonces es cuando ya ves el carril que sigue el proceso… y decides dar el paso y contárselo a tu familia. Todos te apoyan, te dicen que estés tranquila… Que vas con tu verdad, que tu conciencia está tranquila… Pero sientes incomprensión porque nadie es capaz de ponerse en tu piel más que tú. No porque te hayan puesto una demanda ni mucho menos, sino porque sabes lo que significa la toga para un letrado con principios como tú y como yo… 

 … Hecho el daño, solo queda lamerte las heridas y levantarte”

Y eso hemos hecho. Hemos ganado el pleito, nos hemos lamido las heridas (esta y otras muchas), y aquí estamos, ella tan embarazada, y yo tan en la trinchera infinita de esta nuestra profesión.

¿Por qué seguimos aquí? Supongo que ella porque esta enamorada de la su oficio. Yo hace mucho que no, pero la cuestión económica obliga.

Algún día, tal vez huya de esto. Pienso, en palabras del comparsista Tino Tovar que “necesito saber si esto lo necesito.” . Por eso tal vez, el tiempo me diga que  me quede, o me pida que me vaya.

 

 

Eso sí, mientras esté en esta “guerra”, os doy mi palabra (y se la doy a mi eterna amiga), de que pondré luz hallá donde pueda y de que, aunque el amargor a veces nos llene la boca, ayudaré allí donde me lo pidan.

Porque, al final… el dinero, es lo de menos

 

 

 

 

 

 

Tamara Huelga Gutiérrez
tamara.abogados.h@gmail.com
1 Comment
  • Pepi Selma
    Posted at 11:42h, 29 septiembre Responder

    Yo como madre es horrible ver como tu hija sufre sin tener culpa de nada por culpa de una compañera que ni siquiera conoce pero yo creo en Dios y el que está arriba no se queda con nada de nadie las cosas se pagan en la tierra

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