Agresión por ser discapacitada... Delito de odio. Mujeres Valientes

Agresión a una discapacitada… ¿Es un delito de odio?

Agresión por ser discapacitada... Delito de odio. Mujeres Valientes

 

Buenas a todas, mis corazones de Mujeres Valientes. Estoy emocionada, de volver a un lugar que siento mi casa desde hace tiempo y del que he tenido que ausentarme por motivos que no viene al caso recordar.

Han sido muchos meses de ausencia, y por supuesto que os hemos echado de menos a todas, pero como en todos los hogares, siempre se nos recibe con los brazos abiertos. Gracias a todas por vuestro cariño y por vuestro apoyo.

Este post de regreso trata de una situación real que viví yo misma en mis propias carnes el sábado pasado, en un centro comercial de la Provincia de Cádiz.

Evidentemente no fui la destinataria del suceso, pero sí fui testigo de ello, y llegué incluso a llorar de la impotencia

¿Habéis oído hablar de los delitos de odio? No suena mucho, ¿no? Solamente cuando hablan de la Corte Penal Internacional cuando hablamos de delitos de lesa humanidad, o delitos tan rimbombantes que nos cuesta incluso a los abogados pensar que pueden seguir ocurriendo a la orden del día.

Pero los delitos de odio son básicamente atentar contra personas que pertenecen a un colectivo simplemente por pertenecer al mismo. Podemos asociarlos a delincuentes y agresores que atacan por ejemplo a homosexuales, a mujeres, a personas extranjeras; por razón de su condición, ya sea por su sexualidad, por su género, o por su raza o nacionalidad.

AGRESIÓN POR SER DISCAPACITADA… ¿POR QUÉ A VECES NO SE DENUNCIA?

Sin embargo, hay ciertas agresiones que ocurren contra ciertos colectivos y, si bien cuando se denuncian no se le dan la calificación adecuada como delito de odio, sino que más bien siguen la dinámica de las consecuencias en sí.

A veces es que directamente no se denuncian. En este caso, me refiero explícitamente al colectivo de personas discapacitadas. Atentar contra ellas, sólo por el simple hecho de ser discapacitada, yo, como letrada, y con la ley en la mano, lo considero un delito de odio.

Voy a explicar la situación, como siempre, con el precepto legal en el que me apoyo.

¿Qué es un delito de odio?

Un delito de odio está castigado en el Código Penal con una pena de prisión de uno a cuatro años y además con la pena de multa de seis a doce meses. Concretamente, el Artículo 510.a) del Código Penal nos dispone como conducta básica lo siguiente:

“Quienes públicamente fomenten, promuevan o inciten directa o indirectamente al odio, hostilidad, discriminación o violencia contra un grupo, una parte del mismo o contra una persona determinada por razón de su pertenencia a aquél, por motivos racistas, antisemitas u otros referentes a la ideología, religión o creencias, situación familiar, la pertenencia de sus miembros a una etnia, raza o nación, su origen nacional, su sexo, orientación o identidad sexual, por razones de género, enfermedad o discapacidad”.

Viví un delito de odio como testigo del mismo

En el presente caso me había desplazado a un centro comercial de la Provincia para ir a una tienda en concreto. Recuerdo perfectamente que llevaba mi iPhone con mis cascos, escuchando Spotify, y más concretamente (y aunque os parezca muy friki), la OST de Transformers (adoro las bandas sonoras, me relajan y me inspiran).

Cuando llegué al centro comercial me enterneció la imagen de una chiquilla con síndrome de down, a la que llamaré Blanca (por protección de sus datos, ya que soy la única que la protegió aquel día). Estaba repartiendo publicidad de una clínica dental de la ciudad que iba a abrir dentro de poco, y trataba con mucha dulzura a la gente que pasaba, aunque no le cogieran el papel. Incluso a mí, me dijo que no me hacía falta un dentista, y acabamos riéndonos.

Charlamos un poco, y me comentó que era su primer día y que le gustaba el trabajo. Le puse una mano en el hombro de forma amigable y le deseé suerte.

Me dirigí hacia la tienda, que estaba justo enfrente de donde se encontraba ella. Empecé a mirar los productos y, de pronto algo me sobresalta, me doy la vuelta y veo que dos “niñatos”, por llamarlos de alguna forma, estaban literalmente hablando, pasándose a Blanca de uno a otro como si fuera un balón de fútbol.

La llamaban “tontita”, “subnormal”, y demás insultos que le proferían una y otra vez. Aquella situación me encendió la sangre sobremanera. Y no me lo pienso y decido salir a meterme en medio

Mis primeras palabras son para increparlos y decirles que “qué leches están haciendo”. La respuesta de los individuos fue “¡Ofú, aquí viene una gorda!”. A ver, soy rellenita, no lo digo porque me sienta acomplejada, es solo para que veáis el talante en el que estaban.

Acto seguido aparté a Blanca de ellos y la protegí instintivamente. Seguían insultándola, algo así como “¿no ves que es una tontita? Solo estamos jugando. ¿No ves que está enferma? ¿Que es subnormal?”. Esas palabras las repetían una y otra vez. Mi reacción fue exigir que llamaran al de seguridad porque no estaban dispuestos a dejarla tranquila.

“¡Vosotros sí que estáis enfermos pero no de la cabeza sino del corazón!”, decía yo, una y otra vez dando palmetazos en mi pecho (que por cierto todavía me duelen). Yo estaba sorprendida, y si os vengo a ser sincera, llegué incluso a pensar que esto podía haber sido una cámara oculta del programa Gente Maravillosa de Canal Sur, porque os juro por todo lo que yo más quiero, que la situación no me parecía normal.

LLEGUÉ A PENSAR QUE ESTABA SIENDO VÍCTIMA DE UNA CÁMARA OCULTA DE TELEVISIÓN

Los niñatos seguían con su discurso, que si no tenían derecho a trabajar, que si estos viven de las paguitas que les daba el Estado, y así una larga retahíla de insultos y vejaciones que podían incluso ser consideradas como un trato degradante (otro delito) por la condición de discapacitada de Blanca.

Las que me conocéis sabéis que no soy una persona violenta, pero sí es cierto que hubo un momento en el que no me hubiera importado llegar a las manos, máxime cuando uno de ellos intentó coger a Blanca del brazo para quién sabe qué, y mi reacción fue meterme en medio y, lo reconozco, amenazarlo con agredirlo si le volvía a poner a Blanca una mano encima.

La situación me superaba, y acabé llorando por la impotencia, básicamente por no haberles dado una buena paliza

Y el culmen del esperpento, fue cuando apareció el vigilante de seguridad, quien ni corto ni perezoso tuvo la desfachatez (señal de que no estaba viendo las cámaras de seguridad), de decirme a mí “Señora, ¿no ve el escándalo que está montando?”

O sea, son ellos los que están agrediendo a una discapacitada por serlo, y encima es a mí a la que la fuerza de autoridad, de ese momento, a la que llaman atención. Era inconcebible. A mis ojos era una injusticia muy notoria, pública y manifiesta.

Y cuando decidí dejar a Blanca al cuidado de la encargada de la tienda (amiga mía por cierto), decidí salir a llamar a la policía, puesto que en el centro comercial no hay cobertura.

Ya declaré como testigo en la Comisaría porque el supervisor de Blanca decidió poner una denuncia, y me encargué de contar la verdad, con los elementos típicos que caracterizaban este delito.

No era una agresión a una persona de forma aleatoria, era una agresión atendiendo a su discapacidad, y por lo tanto, un delito de odio

Hoy me siento más tranquila tras escribir estas líneas, pero pensad que tod@s tenemos derecho a la vida y a la igualdad. No tod@s tenemos la suerte de estar en los estándares de personalidad y de condición personal, y por ello, nosotr@s tenemos la obligación, de defender y proteger a las personas que lo necesitan.

Desde aquí deseo toda la suerte del mundo a Blanca, tanto en este caso, como a lo largo de su vida, y que jamás se encuentre con una situación así.

Igual que decimos contra la violencia machista, “Ni una más”, con estos casos hay que hacer lo mismo “Ni una más”. No al odio, sino a la igualdad y a la integración

Espero que mi vuelta no haya levantado ampollas, esta vez he querido reflexionar con vosotras, a ver cómo os sentiríais ante una situación así.

Blanca es una mujer valiente, todas lo somos, sobre todo cuando no nos quedamos calladas.

Hasta la próxima Mujeres Valientes… ¡Me alegro de estar de vuelta!.

 

Mª José Mateos Selma
maria.mateosselma@gmail.com
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