16 Feb Violencia de género… Crónica de amenazas a una abogada
Violencia de género… También la sufren las letradas
Hoy escribo, en Mujeres Valientes, en primera persona. Así fue como viví lo que os traigo, y así es como me nace contarlo.
Empezando por el final, y tal vez por el tejado, os contaré que hace unos días, recibí un WhatsApp de mi socia, con una sentencia y un mensaje de enhorabuena. La verdad es que nunca hubiera querido recibir una enhorabuena por algo así, dado que la sentencia implicaba que un ser humano iría a prisión, aunque sé que ella no lo escribía con mala intención.
Esto me hizo reflexionar, y llegar a la conclusión de que si normalmente escribo acerca de situaciones parecidas que viven otras mujeres, por qué no iba a hacerlo conmigo misma.
La historia que quiero contaros comienza hace aproximadamente un año y medio. Como letrada del turno de oficio, adscrita al turno especial de violencia de género, suelo atender a mujeres en procedimientos penales contra sus agresores, y en cierta manera, con ellas se forja un vínculo especial. Y con esta en cuestión se forjó y de qué manera.
Pues bien, hará un año y medio me llamaron para asistir a una chica joven, más o menos de mi quinta, que estaba teniendo problemas con su ex de todos los tamaños y colores. Y no sólo tuve que asistirla ese día, sino que desde que la conocí entramos en un bucle infinito de quebrantamientos de medidas, y prácticamente cada dos o tres días estábamos en el Juzgado de Violencia sobre la mujer.
Este chico estaba absolutamente obsesionado con mi clienta. No la dejaba vivir. La perseguía por la calle, la acosaba desde infinitos números telefónicos, agredía físicamente a los chicos que se le acercaban, la insultaba cuando acudía a su trabajo, le reprochaba que hablara de más con los clientes del bar en que trabajaba… Y así, un sinfín de putadas (con perdón de la expresión) que hacían que prácticamente mi clienta no pudiera vivir.
Tanto fue así, que a finales de noviembre del 2020, la situación era ya insostenible, y me vi forzada a pedir que se le volviera a poner el dispositivo de control telemático (la famosa pulserita) que ya se le había puesto anteriormente. Una pulsera que también se le había retirado porque él “se iba a portar bien y se iba a ir de Cádiz” y mil excusas más.
Tras hablar con fiscalía, la misma decide apoyarme en dicha petición, visto que estábamos en el Juzgado cada dos días. Y así se le traslada a Su Señoría, que decide fallar a favor de dicha medida.
Y así, también, se le traslada a él cuando entra en Sala. Y ahí es donde surge el esperpento hecho persona. Porque este delincuente (no lo digo yo, lo dicen sus antecedentes penales), se pone a llorar en medio de la sala para rogarle a la Jueza que no lo haga, que todo es mentira, que se va a portar bien, y una ristra similar de tonterías.
En su cabeza, dicha medida suponía que, definitivamente perdía control sobre ella, y eso era algo que lo volvía tremendamente loco
Acto seguido, como ve que con eso no consigue nada, sale de la sala gritando a todo pulmón que allí todas somos unas p… (terminen ustedes la palabra), y que él no se merece esto, y tal y cual. Yo me quedo un poco rezagada, viendo su estado de ánimo, y subo cinco minutos después que él.
Cuando llego a la planta de arriba, la funcionaria me dice, nada más verme, que mi clienta está metida dentro de la sala de víctimas, por si quiero hablar con ella. Él oye eso, y se va directo a la puerta gritando. Tanto es así, que la policía tiene que agarrarlo por el cuello de la chaqueta, para frenarlo.
Viendo la situación, me quedo con mi clienta más de media hora encerrada en dicha sala, esperando que él se fuera del Juzgado, porque no sabíamos de qué sería capaz, y ella estaba muerta de miedo.
Pasada, como digo, más de media hora, bajamos hacia la planta baja. Al llegar a la entrada de la Audiencia, nos cruzamos con el que en ese momento era su abogado, y le pregunto si él ya se había ido. Me dice que lo dejó fuera hace bastante rato, que cree que sí, y de esta manera, decidimos salir.
Y nada más poner un pie en las escaleras de la calle, este señor (por decirle algo aunque no lo haya sido en su vida), sale por mi derecha, se me pone delante y me dice: “esto te va a costar a ti la vida, voy a ir a por ti”
Repito, se me pone delante a mí, y me lo dice a mí, mirándome claramente a los ojos y a la oronda barriga de embarazada de 8 meses que por entonces tenía. Me vuelvo nerviosa para buscar inmediatamente a la Guardia Civil, pero cuando el agente sale conmigo, el muy cobarde había salido corriendo “como alma que llevara el diablo”. No caerá la breva.
En ese momento, entro en pánico porque, evidentemente, conozco los antecedentes de este individuo, donde existen entre otros, los delitos de lesiones, y temo por lo que me pueda pasar en el estado en que me encontraba. Los nervios me aprietan tanto, que mi clienta se sobrepone a su miedo, y me dice que no me preocupe, que ella me acompaña a casa, que no me va a dejar sola.
Ese día no puedo ni comer, porque no podía dejar de pensar si lo que hago merece la pena, si va implícito en lo poco nos paga la Junta por los casos del turno que alguien juegue con mi vida y la de mi pequeña… Se me baja la tensión, y empiezo a tener contracciones que, gracias a Dios, no desembocaron en trabajo de parto.
Mi socia me lleva esa misma tarde a comisaría a denunciar el caso. Y muy a regañadientes lo hago. Mi clienta jamás me deja sola y testifica en dos ocasiones con más rotundidad incluso que cuando lo ha hecho en sus propios casos, y logramos, como adelantaba al principio, una sentencia condenatoria, y pena de cárcel para el desgraciado de su ex.
Su actitud fue infinitamente valiente porque, a pesar de que avisamos varias veces en el Juzgado que tenía una orden de alejamiento en contra del susodicho, cuando el juicio empezó me dejaron con ella sentada fuera de la Sala, con el prenda a dos pasos. Un momento de tensión porque éste se deleitó en mirar amenazadora y fijamente a mi clienta, que, como pudo,”aguantó el chaparrón” abrazada a sus rodillas y mirando al suelo.
Creo que a mi querida María le dolió más que a mí que un compañero lo defendiera o que él negara la mayor en el juicio. Yo contaba con eso. O que hayan recurrido la sentencia, que también entraba en mis cálculos porque si no lo hace va a pasar irremediablemente una temporada a la sombra.
Tal vez no contaba, aquí me confieso sobradamente boba, con el desamparo del Colegio de Abogados, cuyo apoyo llegó claramente tarde y mal (a pesar de que estaban al corriente de lo ocurrido desde el primer día).
Pero tras la medallita de la preocupación la primera tarde, y tras jurar y perjurar que iban a emitir formalmente amparo colegial, esperaron a que ya tuviéramos sentencia para llamar y preguntar por el asunto. Qué mala suerte, y qué casualidad. Que tenían muchas cosas en la cabeza dicen. Espero que todas sean tan importantes como respaldar a una colegiada a la que han amenazado de muerte.
Evidentemente, esto no va en el sueldo. Intuyo, por lo que he podido comentar con compañeros más veteranos, que de alguna manera aprendes a capear el temporal, y a echártelo a la espalda. Pero de ninguna manera va en el sueldo.
Es por ello que agradezco el apoyo de la fiscalía, que sí sentí, y el del Juzgado, que ha emitido una sentencia contundente y bien fundamentada
En nuestro trabajo, manejamos problemas de las personas, y de vez en cuando, nos toca sacar el capote para más de un toro bravo. Pero de ahí a que te amenacen de muerte, entiendo que hay un abismo, y que de ninguna manera debería tolerarse tal actitud.
Tal vez ahora, en la lejanía, y tras el juicio en el que, sinceramente, verlo sentando en el banquillo me sentó fenomenal, veo el asunto con otra perspectiva, y pienso que, tal vez, el mío fue otro granito de arena para que este individuo aprenda a respetar a las mujeres. Supongo que tendrá tiempo para reflexionar sobre ello en su próximo destino.
Me niego a que mis hijas vivan con miedo, a que crezcan con miedo
Esto debe cambiar, y estamos en el camino. Y el que no, que reciba el “tironcito de orejas”, y que no se le pongan muy coloradas.
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