10 Nov Turno de oficio… Un servicio al ciudadano desconocido
Este tiempo está siendo un difícil por mil motivos, pero uno de ellos, es por el que vengo a escribiros, aunque con más retraso del que me hubiera gustado, esta entrada en Mujeres Valientes.
Siempre aprovecho para intentar usar este altavoz que, amablemente, nos otorga nuestra querida María José Andrade, para hablar de situaciones de las que conozco por mi profesión. Situaciones que creo deben ser expuestas, y por este motivo voy a hacer lo mismo, aunque practicando un poco el egocentrismo.
Voy a hablar de mi profesión en general, y del Turno de Oficio en particular
Resulta que hace unos días, estuve 6 horas en el Juzgado, en el pasillo, en un silla capaz de matar de dolor de espalda al más pintado, esperando un juicio del Turno de Oficio que, finalmente, se suspendió. Y ¡Oh, sorpresa!, yo ya intuía que se iba a suspender desde que llegué al Juzgado a las 9.30 de la mañana.
Y esto porque, cuando llegué por la mañana al Juzgado, pregunté por mi cliente, al que tenían que traer de prisión, y me dijeron que “por comodidad para los reclusos, intentaban no sacarlos de prisión, y que se iba a hacer el juicio por videoconferencia.”
Me quedé sin palabras, y sin palabras sigo. Y ahí me temí lo peor. Porque si en nuestro país se dilapida dinero en cuestiones absurdas y banales, desde luego no se hace en medios ni personales ni humanos para los Juzgados. Y esperar que la videoconferencia con prisión funcionara, era como esperar que bajara Dios a la tierra a ver el asunto personalmente.
En fin, que estuve toda la mañana viendo como pasaban juicios y juicios, mientras que la funcionaria (que dicho sea de paso fue simpatiquísima, lo cual es de agradecer visto lo que solemos ver los abogados), me decía que estaban intentando solucionar los problemas técnicos, que iban a llamar a tal o a cual a ver si aquello se solucionaba.
La cosa es que, a las 15.30 h. de la tarde, finalmente el Juzgado claudicó y me dejó salir de allí, suspendiendo un juicio que, a las 9.30 h. de la mañana, ya se auguraba imposible de celebrar. Y después de mí, quedaban aún dos juicios que celebrar, con cuatro compañeros que ese día, no iban a almorzar, o simplemente, no lo iban a hacer a una hora digna.
Y así, en el pasillo, surge la inevitable conversación de lo mal que está la profesión
Y es que, la verdad, tiene “guasa” cargar con el San Benito de “los abogados de oficio qué malos son”, visto lo que tenemos que soportar a diario. Al Juzgado le da igual tu situación, porque tiende a pensar que no tienes nada más que hacer que estar a disposición del Juez de turno, y si tienes que esperar cinco, seis o las horas que sean, pues te esperas y punto.
¿Qué hay mejor que estar en el pasillo del Juzgado? ¡Nada en absoluto! Como si no tuviéramos familia, o simplemente, otras cuestiones laborales que atender. Y todo ello por un sueldo que, como digo, es peor que el de cualquier otra profesión, sobre todo si tenemos en cuenta la responsabilidad que llevamos en los asuntos.
Por poner un ejemplo claro, puedo centrarme en el asunto concreto del que os hablo, que lleva en mi despacho desde octubre del año 2019 y que, no por voluntad de esta letrada, no se ha podido cerrar todavía porque, como digo, en lugar de traer al recluso a juicio, se esperó que se obrara el milagro y la tecnología obsoleta de la que gozan el Juzgado prisión lograra alinear los planetas y que pudiéramos celebrar.
Pues bien, este caso en concreto, fue una asistencia de mi primera guardia. ¿Qué implica esto? Pues es que tuve que atender al chico en comisaría en una de las guardias de 24 horas que tenemos en el turno. Porque, dicho sea de paso, los abogados del turno de oficio logramos, casi gratis, que todos tengan defensa digna los 365 días del año, las 24 horas.
A lo que voy, que empiezo a divagar. Asistí al chico en comisaría y posteriormente en su paso a disposición judicial. Esto fue toda la mañana porque, como os podréis imaginar, cuando el abogado de oficio llega al Juzgado, tiene que esperar varias horas hasta que todo el mundo llega a la oficina.
Esto pueden haber sido unas cinco horas de mi tiempo. Es más, yo he estado hasta cuatro horas esperando que llegue un fiscal en una guardia. Dudo mucho que a él le estén pagando lo que a mí. Pero el caso es que el tendrá una nómina digna, y a mi me van a dar, tarde y mal, las migajas que le sobren al sistema cuando hayan trincado su parte todos los demás.
Tras su puesta en libertad con cargos, tuve que acudir al Juzgado en otra ocasión, para que se hicieran las testificales. Calculo que fueron otras tres horas de mi tiempo. Llevamos ocho.
Posteriormente he tenido que hacer escritos varios, lo que implica que, entre su redacción y presentación por la fantástica plataforma de Lexnet, que es tan útil como “un mono con dos platillos”, habré trabajado otras cuatro o cinco horas en el asunto. Pongamos que van doce horas.
Además de ello, he atendido al chico en el despacho Mateos y Huelgas abogados, en dos ocasiones. Eso suma otras dos horas de mi tiempo. Vamos por catorce. Despacho que, para abrir, me genera unos gastos, evidentemente. No me cae del cielo, ni aparece a la vida totalmente formado, como la diosa Minerva.
Cuando el chico entra en prisión, tengo que comunicarme telefónicamente con él y con su madre, lo que calculo que, sobre todo antes de juicio, habrá subido otras tres horas mi trabajo. Llegamos con esto a diecisiete horas de trabajo.
Diecisiete horas, tirando por bajo, que habrán sido más, y han sido, eso seguro, gratuitas, porque, y esto es importante que se sepa, hasta que se presenta el escrito de defensa NO SE PAGA UN DURO A LOS ABOGADOS DE OFICIO. La instrucción es gratuita, “by the face”. Se la regalamos los letrados a los ciudadanos, y se la regalamos a papá Estado, y a mamá Junta.
Pues bien, además de eso, el día antes del juicio, evidentemente, estuve preparando el asunto unas tres horas. Sumamos con esto 20 horas de trabajo. Y a eso, debemos sumar las 6 horas que estuve viendo la vida pasar en el Juzgado. 26 horas de trabajo, por ahora. Todos podréis imaginar, llegados a este punto, que tendré que ir otro día a celebrar el juicio que se suspendió.
Eso será otra mañana perdida (porque los penales van siempre con retraso). Y sumará mínimo, y siendo generosos, unas cuatro horitas más de mi tiempo. Treinta horas, tirando por lo bajo.
Y cuando tenga sentencia, mejor dicho, unos cuatro o cinco meses después de obtenerla, si todo va bien, la Junta me pagará unos 280 euros. Pero ojo, que antes de que el dinero llegue a mi cuenta, me van a hacer una retención para hacienda del 15%. Total, que habrán sido treinta horas de trabajo por unos 250 euros.
Si lo dividimos, serán unos 8,33 euros la hora
Por un caso en el que llevo trabajando desde el 2019. Yo me pagué mi carrera trabajando en una puñetera pizzería. Hubo cinco años de mi vida donde cerraba a las dos de la mañana y me tenía que ir a casa, ducharme, comer algo, y costarme para levantarme a las 6 de la mañana y poder coger un tren que me llevara a la facultad.
Prácticamente vivía (y como yo miles) a base de café y comida rápida. Por eso la educación, en según qué carreras, es la gran mentira del sistema. Porque esperas que, después de todo eso, la vida va a ser mejor. Y entras en el “feliz mundo del autónomo”. Y si eres abogado, para qué quieres más. Por eso, lamento mucho decir a los alumnos de prácticas “huye ahora que tienes tiempo”, haz unas oposiciones y métete a funcionario. Déjate de historias, que por aquí bien no vas.
Y todo ello en unos Juzgados colapsados donde los abogados somos los últimos monos, los esclavos del sistema, que no tenemos derecho a la queja. Ni siquiera tenemos derecho a la enfermedad. Vete a decirle a un Juez que te suspenda un juicio porque estás con fiebre, o a punto de parir, verás que cara te pone. Me ha pasado, y estoy segura de que nos ha pasado a todos los letrados.
De ahí la rabia cuando oigo quejas sobre los abogados de oficio
Primero, simplemente, porque somos los mismos, es decir, los mismos profesionales que llevamos asuntos de libre designación, estamos adscritos (en su mayor parte es así) al turno de oficio. Y segundo, porque la responsabilidad de cada caso, es tremenda.
Hablamos de gente que puede ir a prisión, hablamos de personas a las que les han retirado a sus hijos y puede que, si no lo haces bien, no vuelvan a verlo, de víctimas de violencia de género… Hacemos este trabajo, llevando a cuestas una responsabilidad enorme, por casi nada, y recibiendo un trato más que mejorable.
Estoy contando horas de trabajo efectivo, pero la madre a la que le han retirado a su hijo, y viene a tu despacho y se te abraza llorando, esa se te queda clavada en el alma, y con ella en la cabeza te vas a tu casita las 24 horas. No puedes cerrar la carpeta. No al menos, la carpeta mental.
Y encima, la mayoría, lo hacemos con una sonrisa en la cara, intentando ser un bálsamo en las heridas que traen nuestros clientes, pretendiendo llevarles un poco de luz cuando están en calabozo, o cuando rompen a llorar por los problemas que te traen al despacho.
Por eso siempre digo, y lo he escrito en más de una ocasión, que es necesario redignificar la profesión.
Ha sido pisoteada, rebajada y denostada hasta decir basta, con la aquiescencia de los propios letrados, que estamos tan acostumbrados a ver la vida pasar en los pasillos del Juzgado, que damos por hecho que las cosas son así, y que no van a cambiar.
Y desde luego, si no cambiamos nosotros de actitud, no es que no cambien, es que irán a peor. Además, me pregunto, si no somos capaces de luchar por lo nuestro ¿quién confiará en que seamos capaces de luchar por lo ajeno?
Por eso cuando alguien me dice, “es que mi asunto me lo llevó uno de oficio, y ya te imaginas”, la única respuesta que puedo darle es “si te lo llevó uno de oficio, ya puedes agradecerlo”.
En fin, divago sobre todo esto hoy, porque sé que es un sentimiento unánime. Una queja que se oye cada día en los Juzgados, entre compañeros, pero creo que es necesario sacarla a la calle. Exponerla. Y sacarle los colores al sistema. Porque nunca nada cambió mediante el silencio, sino con el ruido y la revolución.
Ahí queda mi granito de arena, otra vez, a ver si a fuerza de repetirlo, algún día me oyen.
Hasta la próxima, Mujeres Valientes
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