21 Sep Sissi emperatriz, la mujer que siempre quiso ser libre
Es una de las mujeres más admiradas y conocidas de la historia gracias al cine, sobre todo por la triología de películas sobre su vida interpretada por la bella actriz vienesa Rommy Schneider. Pero esa imagen romántica y edulcorada, poco tiene que ver con la realidad que le tocó vivir a Isabel Amalia Eugenia de Baviera, cuya vida estuvo marcada por la tragedia y por el culto al cuerpo. Su vida no fue ese cuento de hadas que nos han querido vender.
Isabel nació en Munich en 1837. Su padre, Maximiliano, era Duque de Baviera y su madre, la princesa Ludovica, era hermana de la Archiduquesa Sofía, madre del emperador Francisco José de Austria. Su vida transcurrió entre su ciudad natal y los bosques del castillo de Possenhofen.
Pese a su condición de Princesa, estuvo alejada de la corte hasta los 16 años. Fue entonces cuando acompañó a su madre y a su hermana Elena, Nené, a visitar a la familia Imperial de Austria que pasaba su verano en la ciudad termal de Bad Isch, una visita que iba a cambiar para siempre la vida de la joven Isabel.
No se trató de un encuentro casual, todo estaba guionizado… El objetivo de la visita era casar a Francisco José con Nené, pero las cosas no resultaron exactamente así… Sí, Francisco José se enamoró, pero fue de la bella y rebelde Sissi. Tras la sorpresa inicial y a pesar de las reticencias de la Archiduquesa Sofía, el 24 de abril de 1854, Francisco José e Isabel se casan en la capilla de los padres Agustinos de Viena.
Acostumbrada a la libertad de la que gozaba en el campo, Sissi no se terminaba de acostumbrar a la vida que imponía la estricta corte austriaca, una vida que tampoco le iba a poner fácil su suegra, una mujer que siempre se mostró con ella fría y distante.
Pronto llegarían los hijos, las dos primeras, Sofía y Gisela nacieron con un año de diferencia. Durante una visita a Hungría las niñas enfermaron gravemente y Sofía, que solo tenía dos años, no pudo superar la enfermedad y perdió la vida. La muerte de la pequeña sumió a la Emperatriz en una depresión de la que ya nunca se recuperó.
Un año después de la tragedia nacería el Príncipe Heredero de la Corona, Rodolfo de Habsburgo-Lorena y diez años después lo haría Valeria, la hija con la que estuvo más unida y la única a la que pudo criar, pues los otros hijos fueron educados por la archiduquesa Sofía que aún veía a Sissi demasiado joven y consideraba que solo ella era capaz de educar a los niños.
Dotada de una gran belleza, lo que más caracterizaba a Isabel era su rebeldía y su cultura. Hablaba varios idiomas: alemán, inglés, francés, húngaro y griego y disfrutaba de la literatura, de Shakespeare, Hegel y, sobre todo, de su poeta predilecto; Heinrich Heine. Adoraba la equitación y amaba a los animales.
Obsesionada por la belleza, se empeñó en mantener su figura por lo que no dudaba en pasar horas y horas haciendo ejercicio, incluso mandó instalar un pequeño gimnasio en el palacio vienés de Hofburg. Al llegar a la treintena se negó a que la fotografiaran y empezó a llevar velo, sombrilla y un gran abanico con el que se cubría cuando alguien se le acercaba.
En 1989, la Emperatriz sufre el más duro revés de su vida, la muerte de su hijo Rodolfo. Este hecho, conocido como el crimen de Mayerling, está aún sin esclarecer. Oficialmente, el príncipe Rodolfo, aquejado de trastornos psicológicos graves, se suicidó junto a su amante. Sin embargo, hay quienes aseguran que se trató de un asesinato. Esta hipótesis se basa en el estado de los cuerpos cuando fueron hallados.
Suicidio o asesinato, la muerte de su hijo dejó a Sissi totalmente desolada. Se alejó por completo de la corte, se vistió completamente de negro y se dedicó solo a viajar, especialmente a Grecia y a sus islas. Durante esos viajes eligió más de una vez España: Málaga; Granada, Sevilla, Elche, La Coruña… Pero donde siempre volvía era a Corfú. Un año después de la muerte de su hijo mandó construir un palacio de verano y era allí en la isla griega donde se refugiaba y pasaba largas temporadas acompañada por su hija pequeña.
El 10 de septiembre de 1898, mientras paseaba por el lago Leman de Ginebra, fue atacada por el anarquista italiano, Luigi Lucheni, que simulando un encontronazo, le clavó un fino estilete en el corazón. A pesar de caer al suelo se repuso e intentó seguir su camino, hasta que minutos más tarde cayó mareada. Fue entonces cuando vieron que un reguero de sangre brotaba del pecho, justo a la altura del corazón. Una herida certera en el miocardio acababa con ella.
El cuerpo sin vida de la Emperatriz fue trasladado a Viena y a pesar de que había indicado que le gustaría descansar para siempre en su palacio de Corfú, está enterrada en la Cripta Imperial de la Iglesia de los Capuchinos de Viena, junto a su hijo Rodolfo y al emperador Francisco José.
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