21 Nov Salir de la zona de confort… Nueve años de aventuras
Salir de la zona de confort… Siempre mirando hacia adelante a pesar de los tropiezos
Me gustan mucho las redes sociales, no puedo evitarlo. Desde que dejé España se han convertido para mí en una forma esencial de socializar. Realmente no sé qué haría sin ese cordón umbilical que me une a tanta gente que tengo tan lejos. Facebook es una de mis favoritas, a pesar de que mis hijas y mis alumnos dicen que es sólo para viejos.
Supongo que ya soy un poco “mayor” y ya no pertenezco al grupo de “jóvenes” para mis queridos adolescentes… ¡El tiempo no pasa en balde para nadie!
Lo cierto es que el tiempo vuela, o al menos esa es la sensación que tengo. Los días pasan en un suspiro, y en un abrir y cerrar de ojos han transcurrido nueve años, ¡nueve años! Por estas fechas, a finales de noviembre, siempre recibo un aviso de Facebook para recordarme que hace ya casi una década nos despedimos de España…
Sin embargo, parece que fue ayer cuando me iba cargada de maletas, con mi marido y con dos niñas pequeñas en el AVE hacia Madrid. Allí recogeríamos el visado para Sudáfrica y compraríamos el primer vuelo con rumbo a nuestra nueva vida.
Cada vez que veo esa foto siento un pellizquito en el estómago. Que nervios tenía, lo recuerdo perfectamente. Por un lado, estaba ilusionada pensando en ese gran paso que iba a suponer una mejora en nuestra vida. Por otro lado, sentía una pena terrible por todo lo que me vi obligada a dejar en mi tierra (familia, amigos, trabajo).
Pero, sobre todo, sentía miedo, mucho miedo
Nunca me había planteado vivir fuera de España, ¡ni siquiera me había planteado vivir fuera de Andalucía! Con lo feliz que era yo con mi vida entre Sevilla y Huelva… El cambio de aires fue tan radical, que me costó bastante asimilarlo.
Siempre digo lo mismo, pero a pesar de todo, pienso que la experiencia fue positiva, especialmente para mi marido y mis hijas. Yo aprendí mucho durante los tres años que viví en Sudáfrica, pero también sufrí mucho.
Es muy difícil explicar la sensación de vacío tan inmensa que sentía en aquella época. Todas las personas a las que quería estaban a miles de kilómetros, y yo las echaba tanto, tanto de menos… En España seguían con sus vidas, sus rutinas, viviendo la vida que yo vivía antes; tenía la sensación de que ellos estaban disfrutando mi vida, mientras yo intentaba adaptarme a la vida de una extraña.
En todo momento intenté hacerlo lo mejor que pude, pero todo era tan diferente: un nuevo país, una nueva cultura, una nueva lengua… A veces se me hizo cuesta arriba, lo reconozco, pero nunca me rendí.
Hoy, que veo aquella foto con la perspectiva de los años, sigo sintiendo ese pellizquito, esa pena y esa resignación por verme obligada a dejar mi país por la horrible crisis que vivimos en aquella época, y no por decisión propia.
Sin embargo, prefiero no ser negativa. Aquella experiencia también tuvo su parte positiva de hecho, cuando me paro a pensarlo, me vienen a la mente momentos muy bonitos que siempre recordaré con cariño.
Pero lo cierto es que, desde aquel noviembre de 2012, a menudo me enfrento a una montaña rusa emocional, a una carrera de obstáculos constante, ¡esto es un no parar! He salido tantas veces de mi zona de confort, que ya creo que no existe.
Sin embargo, pienso que ahora soy mucho más fuerte que esa persona que salió de Sevilla con el corazón roto, mientras intentaba esconder las lágrimas delante de sus hijas.
¡Pero ya está bien de llorar! Es cierto que irte a vivir a otro país a veces es muy triste, sobre todo cuando sabes que no vas a volver. Pero también es una experiencia enriquecedora, eso no lo puedo negar. Así que, voy a guardar el pañuelo, y voy a contaros algunas anécdotas que me vienen a la memoria recordando aquellos primeros días.
Cuando llegamos a Sudáfrica, a finales de noviembre de 2012, estaba comenzando el verano
El clima era bastante húmedo y, tan pronto había una tormenta torrencial, como salía un sol espectacular y lo secaba todo. Los paisajes eran espectaculares, la gente super amable y las playas increíbles.
Todo pintaba bien desde el principio, o eso queríamos creer nosotros, pero lo cierto es que los comienzos no son fáciles para nadie.
Nos costó mucho encontrar un piso de alquiler, y durante varias semanas estuvimos en casa de un buen amigo. Lo primero que hicimos fue visitar el colegio al que queríamos llevar a nuestras hijas (aconsejados por profesores de aquella zona).
Ahí llego nuestra primera sorpresa. Pensábamos escolarizar a nuestras hijas en cuanto llegáramos, pero no fue posible porque el colegio comenzaba las vacaciones de verano a principios de diciembre… Así que mis hijas no empezaron la escuela hasta enero, que además era cuando comenzaba el curso escolar, en lugar de septiembre (segunda sorpresa).
Cuando por fin encontramos un hogar nos encontramos con la tercera sorpresa: las casas las alquilaban sin muebles, pero cuando digo sin muebles, es totalmente vacía, es decir, ¡sin cocina! Por lo visto es habitual que la gente compre un mueble de cocina y los electrodomésticos y, cuando deja la casa, se los lleve.
En aquel momento decidimos hacer una gran inversión y comprar una cocina ya que nuestra idea era quedarnos cinco años como mínimo en aquella casa.
Comenzamos a visitar diferentes tiendas de muebles y de cocinas y, otra sorpresa más: diciembre en Sudáfrica es como agosto en España, cierran muchos negocios e incluso fábricas por las vacaciones de verano, así que hasta enero no pudimos comprar la cocina.
Hasta ese momento conseguimos sobrevivir comprando comida preparada (se vende en todos los supermercados, es muy barata y hay una gran variedad) y con una pequeña cocinilla eléctrica que nos hacia el apaño.
Tras pasar nuestras primeras Navidades solos y en la playa, pudimos ir a comprar la cocina. Como os podéis imaginar, también contratamos el servicio para que nos la montaran, y ahí vino la gran sorpresa. El día que tenían que montar la cocina apareció una pareja muy jovencita. Él se metió a trabajar en la cocina y ella daba vueltas por mi casa, y se pasaba horas metida en mi cuarto de baño.
Fueron unos días muy extraños en los que los observé trabajando y me quedé boquiabierta en numerosas ocasiones. Para hacer el agujero de la encimera para el fregadero, por ejemplo, vi como este señor utilizaba un destornillador que aporreaba con un martillo, y así fue haciendo el agujero.
Una vez terminado el agujero, parecía hecho a bocados, pero eso no fue lo que más me sorprendió. Cuando esta persona fue a meter el fregadero, no cabía por completo, ¿y qué pensáis que hizo? Pues lo normal, lo que haría cualquier persona en su situación: ponerse a saltar encima del fregadero hasta que encajase en la encimera.
Os prometo que no me estoy inventando nada, esto ocurrió tal y como lo estoy contando. Y no penséis que contratamos a una tienda pequeñita de barrio, nos fuimos a una de las cadenas más conocidas del país (aunque prefiero no decir el nombre).
Como os podéis imaginar la cocina, en lugar de montarla, la estaba destrozando. Como yo estaba sola en casa (las niñas en el colegio y mi marido trabajando) tampoco sabía muy bien qué hacer. Los observaba y me callaba.
Una vez que se iban, hacia fotos de todo y luego le contaba a mi marido todo lo que habían roto. Recuerdo que las puertas de los muebles estaban desencajadas, los cajones no funcionaban, las estanterías estaban torcidas, ¡era una pesadilla de cocina!
Obviamente nos pusimos en contacto con la empresa, pero la primera respuesta que tuvimos de ellos cuando vieron las fotos que enviamos es que eso no lo había hecho un técnico de su empresa. Es más, nos dijeron que eso nos pasaba por contratar a cualquiera para ahorrarnos un dinero y no haberlo hecho con ellos.
El enfado que teníamos nosotros a esas alturas ya era monumental, pero en Sudáfrica se lo toman todo con muchísima calma, a veces demasiada, y eso me desquiciaba.
Finalmente conseguimos contactar con el manager y demostrar que nosotros habíamos pagado por un servicio que no habíamos recibido. El manager vino personalmente a mi casa y, cuando entró en la cocina, su cara era un poema.
Se puso a inspeccionar todo cuidadosamente, a hacer fotos y no paraba de decir: “Jesus Christ!, Jesus Christ!” Antes de esta visita recibimos una llamada del comercial que nos vendió la cocina, que nos confesó que había enviado a un amigo suyo a montar nuestra cocina (en lugar del técnico) para sacarse un dinerillo, y nos pedía por favor que lo cubriéramos para que no lo despidieran.
Ahí empecé a darme cuenta de cómo funcionaban las cosas en Sudáfrica
Ya bien entrado febrero conseguimos tener una cocina que habíamos comprado en diciembre (con una mesa de regalo por las molestias causadas). Y así nos fue con todo. Compramos unas literas blancas para mis hijas, pero tuvimos que reclamar las escaleras blancas porque la trajeron con unas escaleras negras.
Nuestras mesitas de noche venían con tiradores diferentes cada una, siendo el mismo modelo, y suma y sigue.
Mi amiga Eva siempre me decía que tenía que contaros un día la historia de la cocina. Hoy por fin lo he hecho, aunque resumiendo bastante. Pienso que es una anécdota muy simbólica porque representa cómo funcionan las cosas allí.
Lo que nos pasó con la cocina se puede trasladar a todos los ámbitos, y os aseguro que no fuimos ni los primeros ni los últimos que sufrimos este tipo de problemas. Aun así, nos adaptamos a las diferentes situaciones y vivimos allí tres años (en lugar de los cinco que teníamos en mente).
La inseguridad y alto índice de delincuencia del país nos hicieron buscar un nuevo rumbo, ¡y acabamos en Inglaterra! Pero esa es otra aventura distinta.
A pesar de los pesares, sigo animando a la gente a que se lance a la aventura
Vivir en el extranjero es una carrera de obstáculos, pero cuando consigues llegar a tu meta la satisfacción que sientes es inmensa. Si yo he sobrevivido todos estos años, estoy segura que todas las Mujeres Valientes que me leen también pueden hacerlo.
Y ya sabéis, si me necesitáis, aquí estoy. ¿Dónde? Justo aquí al lado, a la salida de tu zona de confort
© Fotografías Diana Granada
Francisca Marco
Posted at 16:33h, 22 noviembreDesde luego toda una aventura, con positividad todo se lleva mejor, y de todas las vivencias se aprende sean como sean, nos hace crecer como personas.
Mujer valiente!