06 Feb Mujeres saharauis que barren el desierto por su cultura ancestral
Dicen que cuando viajas al desierto del Sáhara algo se te mueve por dentro, que el
choque con nuestro yo queda tocado para siempre.
Antes de emprender el viaje hasta uno de los lugares más inhóspitos del mundo, ya
conocía tímidamente la historia de un pueblo que, como muchos otros, ha sufrido la
injusticia y el abandono en las propias carnes. Una cultura erradicada en la milenaria
tradición nómada. Una forma de vida ancestral y enclavada en las arenas del desierto
más inmenso. Un pueblo que sigue esperando lo que un día les fue arrebatado.
Pero empecemos primero por entender la propia morfología de la palabra desierto, su
significado ulterior, y, en realidad, más auténtico. Desierto, en nuestra óptica occidental
se define como una palabra que revierte a acepciones negativas. Sinónimo de
‘inhabitado’, ‘despoblado’ o ‘abandonado’. Y de género masculino. Una palabra
absolutamente contraria a la saharaui, badía, en hasanía (dialecto saharaui), que la
relaciona con la vida, la fertilidad; la tierra donde vive el beduino, el nómada del
desierto. Para un saharaui, la badía es la madre naturaleza. Y de género femenino.
Y allí, en un pedazo de badía, se establecieron en 1975 los campamentos saharauis, en
torno a la ciudad argelina de Tinduf. Hostigados por una guerra abierta contra
Marruecos y Mauritania se asentaron en territorios temporales, que se han extendido
en el tiempo convirtiéndose en verdaderas wilayas (provincias), donde las jaimas
conviven armoniosas con las casas de adobe.
Creo que una de las cosas que más puede impactarte cuando llegas a los campamentos,
es observar el estoicismo con el que se mantiene una lucha basada en territorios
ocupados, en campos de refugiados y éxodo forzado. Y puede que esté allí aquello que
te empiece a remover. Ser testigo privilegiado de una unión que no abandona la
esperanza de vivir con dignidad.
Y en estos campamentos permanentes, la figura de la mujer representa la fortaleza y la
resistencia. Gracias a ella, la llama de una cultura tan ancestral como la saharaui ha
podido sobrevivir a lo largo de estos años. Una sociedad árabe que poco tiene que ver
con otras, en las que la mujer ocupa un lugar secundario. En cambio, las mujeres
saharauis poseen un papel determinante, que con el paso del tiempo ha conseguido
crecer todavía más. La mujer es un reflejo de la lucha de un pueblo, de la persistencia
misma en un territorio que han sabido hacer suyo a través de una cohesión
inquebrantable.
Llegar a los campamentos por primera vez es como empezar a desnudar cada una de
tus imágenes anteriores e ir construyendo una realidad que nada tiene que ver con la
propia. Para mí, como persona, como mujer y como periodista, supuso un antes y un
después en todo lo que había vivido hasta ese momento. Descubrí un pueblo
maravilloso, lleno de riquezas interiores, de los paraísos que sueñan con volver a ver; el
mar de Dajla o el abrazo de quién está al otro lado de un muro sobrecogedor.
Durante una semana, viajé conociendo las distintas wilayas, los distintos campamentos,
las otras realidades. Para descubrir la felicidad. Sí, felicidad en los rostros que saben del
sufrimiento, del desgarro en familias rotas por intereses que poco tienen que ver con el
corazón.
Dajla fue nuestro primer destino, el principal de aquella expedición de diez cooperantes
que viajaban en nombre del Bubisher. Ése que representa al pájaro que trae consigo los
buenos augurios. Una asociación de voluntarios españoles que un día soñó con llevar la
cultura y los libros hasta un lugar injustamente olvidado, el de los campamentos de
refugiados saharauis.
La aventura se avecinaba incierta, improvisada en la mayoría de los casos (estamos
hablando del desierto). Allí, los planes y el tiempo no los dicta la persona, lo hace la
arena que lo envuelve todo, incluso a ti misma. El milagro de un proyecto ambicioso
ganaba otra batalla: la apertura de una nueva biblioteca Bubisher en la wilaya más
alejada de todas. Hasta allí, llevamos el mar pintado para ayudar a recordar y evocar la
verdadera Dajla, la que permanece al otro lado. Llegamos con cajas y cajas de letras, de
historias, de viajes a cualquier otra parte. La cuarta apertura, una más que hacía crecer
la esperanza y la ilusión en cada niño que descubre un libro.
Las bibliotecas Bubisher están ya presentes en las wilayas de Bojador, Smara, Auserd y
Dajla. Cada una con una personalidad distinta, dotadas de espacios llenos de
imaginación y color.
En una de estas bibliotecas conocí a Gajmula, joven saharaui que dirige la de Auserd.
Un descubrimiento sorprendente, tanto para el equipo bubisher como para mí misma.
Gajmula es una de esas chicas jóvenes que representan la lucha por la dignidad de su
pueblo a través de la educación y la cultura. Maestra de escuela, conoció el proyecto
gracias a Brahim, otro de los trabajadores del bubisher en Smara. Confiesa que cuando
escuchó lo que se hacía en las bibliotecas, supo que aquello era lo que quería hacer.
Gajmula está llena de buenas ideas que pone en práctica con todos los usuarios que
visitan la biblioteca. Por ejemplo, a través de una iniciativa propia, todas las bibliotecas
bubisher cuentan con un jardín, que tiñe de un color especial estos espacios.
Gajmula, bibliotecaria de en la wilaya de Auserd.
Un proyecto que ha llegado a ser el más resistente de todos los que se han emprendido
en los campamentos. Debido, en palabras de Gajmula, “al interés de dar a nuestros hijos
un rincón donde puedan soñar, viajar y conocer culturas, aprendiendo a darle valor a un
libro”. Se ha convertido en su forma de descubrir y mantener una esperanza en los
campamentos. Y en esa esperanza se ensalza a la figura femenina, que ha construido
generaciones de nuevos saharauis que siguen fijando su mirada hacia la tierra que nunca
han conocido, y que gracias a ellas saben de la importancia de mirar su futuro y saber
que podrá ser aún mejor.
En las distintas wilayas, existen centros de la Mujer Saharaui, en los que las mujeres se
reúnen y organizan asambleas y muchas actividades para ellas y para su gente. El papel
de la mujer en la lucha del pueblo saharaui es esencial, puesto que, sin ellas, su causa
no sería la que es. La representación de la mujer saharaui está presente dentro y fuera
de los campamentos. Un ejemplo: Mariem Hassan, cantante y activista saharaui, que a
través de su música consiguió posicionar la lucha de su pueblo en España y en otras
partes del mundo, así como demostrar la libertad de la que disfrutan sus mujeres.
Sorprende, y mucho, la importancia que ejerce la mujer saharaui. He sido espectadora
directa de esta realidad, conociendo a muchísimas abuelas, madres e hijas, y puedo
asegurar que no deja indiferente. Sobrecoge la fuerza de unas mujeres que portan
coloridas y vaporosas túnicas llamadas melfas. La melfa es, en sí misma, una verdadera
expresión estética de distinción y orgullo. Los estampados y las calidades son
variopintas, de colores más vivos o más comedidos, pero todos denotan esa belleza
propia de las saharauis.
Atraída por lo que sabía y desconocía, fui sumergiéndome en una forma de ver la vida
que poco se parecía a la mía y comprendí que algo dentro de mí se había despertado.
No sabría cómo describir el torrente de emociones que experimenté. Fueron siete. Siete
días cargados de un tiempo dilatado que me ayudó a entender todo lo que venía a
buscar y me acabó enseñando cada historia que no imaginaba encontrar.
Desde que, en la madrugada del último día, las luces del todoterreno me dibujaran la
distancia que me alejaba de la wilaya de Smara, empecé a comprender que la badía ya
estaba en todas las mujeres valientes que, barriendo el desierto, conocí. Todas ellas ya
vivían en mí.
“Me fui al desierto para comprender, para olvidar, para perdonar y curar el daño. Me
marché porque sabía que era la única manera de entender lo incomprensible. Acudir a
una tierra donde el origen lo es todo”.
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