21 Sep Mujeres en prisión, cuando la realidad les margina
Hay un lugar donde las mujeres no sólo se ven minorizadas por su vieja postergación social, sino por su condición de reclusas, con sus libertades mucho más recortadas que en la vida cotidiana. Se trata de las cárceles, donde también existen otras formas de marginación que van más allá de las rejas y que conciernen al color de la piel o a la nacionalidad de origen.
Sobre dichos albures versa un ensayo que recientemente ha publicado la editorial Comares, bajo el título de “Derecho penal, género y nacionalidad”, firmado por María Acale y Rosario Gómez, como fruto de un trabajo colectivo, el de un equipo de investigación nacido en el seno de la Universidad de Cádiz y que durante varios años y a través de tres seminarios, se ha centrado en los casos de las prisiones andaluzas de Puerto III, en El Puerto de Santa María, Botafuegos, en Algeciras, así como la prisión femenina de Alcalá de Guadaíra, en Sevilla. Sus datos los han contrastado con el de una realidad muy distinta, el de la Granja Penitenciaria de Izalco en El Salvador.
Su contenido, tratado con rigor y de manera exhaustiva a partir de cientos de entrevistas, nos acerca la realidad de las mujeres en prisión y de los extraños distingos que todavía existen a la sombra: si ellas pueden tener a sus hijos en la cárcel hasta que cumplen tres años de edad, ¿por qué no pueden tenerlos los hombres? Y si ellas pueden acceder a ventajas y permisos por la realización de trabajos domésticos, ¿por qué no pueden alegar los hombres ese mismo supuesto cuando, además, muchos de ellos tienen que ocuparse de sus familias incluso en casos de que no se traten de núcleos monoparentales?
En España, sólo hay cuatro centros específicos para mujeres. El resto, comparten cárcel con los hombres, en prisiones mixtas. María Acale, frente al modelo de prisión convencional, en la que conviven hombres y mujeres, prefiere el modelo de Alcalá de Guadaira, aunque se trate de un antiguo pabellón militar reconvertido. Allí, al menos, las reclusas reciben un trato específico y cuentan con una organización interna que se aproxima más a los criterios clásicos de reinserción que a la actual moda punitiva, que ha incrementado el hacinamiento y los riesgos carcelarios, a partir de una política populista que, desde el próximo mes de julio, se verá agravada con la llamada prisión permanente revisable.
La realidad de la mujer en las penitenciarias españolas presentan ciertas diferencias con el contenido de series tan populares como la estadounidense “Orange is the new black” o la española “Vis a Vis”. Pero también arrojan similitudes. Por ejemplo, la mayor parte de nuestras reclusas ingresan en el “chabolo” por tráfico de drogas: 1.774 reclusas, respecto a 1.284, que lo hacen por otros supuestos delictivos, como delitos contra el patrimonio y el orden socioeconómico, que son los que fundamentalmente llevan a la trena a los hombres. A pesar de que los índices de delincuencia son en general muy bajos, España se sitúa a la cabeza de la Unión Europea en cuanto al número de mujeres encarceladas: alrededor de 5.130, que apenas representan un 8 por ciento de la población reclusa, dado que el 92 por ciento restante lo componen los 60.529 hombres entre rejas. Esa diferencia quizá sea la que provoque, a los ojos de la Red temática Internacional sobre Género y Sistema Penal, que las reglas del juego que imperen adentro, tanto oficiales como oficiosas, sean profundamente masculinas. De hecho, en las cárceles mixtas, las presas se encuentran normalmente encerradas en el mismo módulo, sin clasificación penitenciaria, entremezclando supuestos delictivos y situaciones penales muy distintas. Tampoco les resulta fácil acceder a los recursos generales de la penitenciaría, hasta el punto de que constituyen una prisión de otra.
La igualdad no ha ingresado en prisión aunque algunos pretendan criminalizarla fuera. Y casos tan llamativos desde el punto de vista mediático como el de Isabel Pantoja resultan excepcionales. La mayoría de sus compañeras no se han dedicado nunca al blanqueo ni han manejado bolsas de basura llenas de billetes. Provienen de familias desestructuradas, carecen de medios económicos y los paparazzi no les aguardan en sus permisos ocasionales. Les espera algo peor en muchos casos que la propia prisión, una realidad que les margina, que a menudo les castiga y que no logra hacerles plenamente libres.
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