06 Mar Marisol o Pepa flores. Luces y sombras de un rayo de sol
Solemos concebir la fama como un sinónimo de gloria, como un premio que todo el mundo ansía. Sin embargo, muchas historias demuestran que más allá de la cara de la gloria, los focos y las alfombras rojas; la fama tiene una cruz que esconde más sombras que luces. Una de estas historias lleva el nombre de una mujer valiente que ha marcado a varias generaciones: Marisol.
Un nombre que nació como un juego de palabras entre el Mar y el Sol que tanto protagonismo cobraron en la vida de la niña Pepa Flores —aunque su nombre no era tan importante—. “Marisol” brillaba en los neones, ocupaba la cabecera de todas las salas de cine, resonaba día tras días en los transistores de todo el país.
Todos conocían su nombre y la imagen que se vendía de ella: la niña rubia de los ojos azules, con voz de ruiseñor que cautivaba a toda España en una época donde toda distracción que sirviera para despejar la mente se esperaba como agua de mayo. Sin embargo, era Pepa y no Marisol la que lidiaba cada noche con el peso de la fama.
MAR Y SOL… UN JUEGO DE PALABRAS DEL QUE NACIÓ MARISOL
Poco se supo de ella y de su vida hasta 1979, cuando, tras muchos años de especulaciones sobre una biografía firmada por Paco Umbral que nunca llegó a ver la luz, el nombre que ocupó la cabecera de la revista Interviú fue el de Pepa Flores. Por primera vez, el que durante muchas décadas fuera mito erótico de una generación decidió romper su silencio y contar la verdad que se escondía tras el anagrama de su nombre tan mediterráneo.
Un desnudo literal y metafórico que pasaría a los anales de la historia. La grabadora de José Luis Morales, al igual que su propietario, esperaba ansiosa conocer la historia que Pepa había mantenido tan en secreto durante años. Fue la crónica de una muerte anunciada en tres actos, a cada cuál más sórdido, que ocupó la portada de la revista durante semanas.
El cuento de la niña y el lobo comenzó cuando tenía ocho años. Por aquel entonces (1956), todavía era Pepa, la niña morenita que vivía en una corrala de Málaga que cantaba con “los Joselitos del cante” y un empresario se la llevó a ella y al resto de niños del grupo en una gira por toda España y ellos aceptaron como quien les ofrece caramelos.
A partir de entonces, comenzaron a aparecer nubes de tormenta. Compartía cama con la querida del hombre que la llevó a conocer mundo; pero el único mundo que conoció fue el de las palizas nocturnas y el de quedarse dormida con las pasiones de aquel empresario y su amante como banda sonora a su espalda.
Como la “farsa monea’” de Miguel de Molina, pasó de mano en mano cuando su patronazgo llegó a Manuel Goyanes. Ahí, Pepa dejó paso a Marisol, la rubita de nariz respingona aislada en un palacio de marfil en Madrid. “Yo estaba como secuestrada. Cuando, ya siendo mayor, quería conocer chicos me lo prohibían. Y, si de los que conocía, me gustaba alguno, me lo aislaban inmediatamente. Yo era intocable ¿entiendes? era su negocio”, le contaba a Morales durante una de sus citas.
MARISOL ERA PURA IMAGEN, UN INVENTO PRODUCIDO Y DIRIGIDO POR GOYANES
La vendían como una niña inocente, el modelo al que todas las señoritas españolas debían aspirar. Esa era Marisol, pero Pepa no tenía nada de todo aquel atrezzo. La convirtieron en un producto y la trataban como tal. Ella misma denunció haber sido víctima de abusos sexuales a manos de varios hombres y, cuando se lo decía a su mecenas, no hacía más que mirar a otro lado, como vaca que oye pasar un tren.
35 años han pasado desde que Marisol decidió retirarse de los focos y, según quienes la conocen de cerca, aquello puso fin a una etapa bastante dura —que ella misma intentó sellar antes con dos intentos de suicidio— y la ayudó a sellar la paz consigo misma, pues, tal como ella reconoce, hasta hace pocos años no consiguió ver una película de Marisol.
La vida de Pepa Flores fue un continuo toma-dale, una de cal y otra de arena con muchas sombras, pero también con luces. Tres fueros los amores, o al menos los hombres, que marcaron la vida del artista. El primero llevaba el apellido de su representante, Carlos Goyanes. El que durante muchos años se había convertido en su hermano, acabó convirtiéndose en mayo del 69 en su marido. “La niña prodigio se hace mayor” rezaban las portadas de todas las revistas de tirada nacional. Una relación que pocos creían, pero ella defendía a capa y espada.
“—Hay quien dice que, por culpa de Goyanes, te vas hundiendo.
—Algunos hijos de Satanás.”
Así comenzaba el especial de televisión 360 de Marisol, donde la artista, imitando a una reportera, se entrevistaba a sí misma. Al poco de volver de la luna de miel, perdió a su primer hijo tras un aborto y, tres años más tarde, su “síndrome de Estocolmo” ya empezaba a verse con la aristócrata Cari Lapique. Como era de esperar, no solo murió la relación con su marido, sino también lo hizo el contrato con su padre.
MANUEL GOYANES VIO COMO LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO SALÍA CON EL PETATE POR LA PUERTA DE SU CASA
Pero, el verdadero punto de inflexión en su vida amorosa llegó de la mano de Antonio Gades, el bailarín. “En seis meses, Antonio me ha vuelto del revés”, sentenciaba ella al poco de conocerse su relación cuando saltaron a la prensa unas fotos de la pareja en un concierto de Chavela Vargas. Muchos amigos de la actriz contaban entonces que Marisol había llegado hecha jirones de la familia Goyanes y que Gades fue la aguja que cosió sus vestiduras con el hilo que Pepa deseaba desde hace tanto tiempo en su vida: Sus tres hijas.
Era difícil influir en aquel terremoto que venía siendo desde que era Pepa la de la corrala de Capuchinos. Sin embargo, el bailarín consiguió levantar en Marisol la postilla de las preocupaciones sociales. Tal fue el punto de sentirse “roja, muy roja” que llegó a militar en el Partido Comunista y fue Fidel Castro el padrino de su boda en Cuba, por supuesto, sin validez en España. No obstante, muchos dijeron que Gades había metido estas ideas a calzador y que ella “no era más que un monigote en sus manos” —algo que se demostraría cuando, en 1985, al separarse del bailarín, Pepa decide abandonar la militancia—.
Liberada, por segunda vez, ella —que ya no era Marisol, sino Pepa Flores— decide volver a su Málaga natal durante se retiraría hasta hoy de todo foco público. Aunque, el amor no tardó en volver a su vida, cuando, en 1987, Massimo Stecchini llegó para quedarse.
Quienes la conocen de cerca dicen que ahora es más feliz que nunca, que lleva una vida de lo más normal, sin demasiados gastos superfluos, y que le gusta caminar por el paseo de Málaga con su perrito de la mano de Stecchini
Hace años decidió apartarse de la vida mediática y, coherente y persistente como dicen que es, así lo mantiene. Ni siquiera, cuando el mes pasado, le otorgaron el premio Goya de Honor por su carrera quiso acudir a recogerlo, sino que envió a sus hijas en su lugar.
Pero, si hay algo que nadie —llámese edad o llámese penuria— ha podido quitarle eso es la sonrisa blanca impoluta, los ojos azules como su amado Mare Nostrum y la voz que tantas vidas ha marcado.
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