03 May María Guerrero, la gran dama de la escena que modernizó el teatro español
María Guerrero, la actriz española que conquistó el mundo
Quedarte en blanco el día de tu debut no es el mejor de los inicios… Tras esa experiencia, la mayoría de los mortales hubieran tirado la toalla, pero para ella ese aparente fracaso no fue otra cosa que el comienzo de su éxito.
María Ana de Jesús Guerrero Torija nació en Madrid el 17 de abril de 1867. Hija de una familia acomodada, recibió clases de música y de declamación y desde muy pequeñita parece que estaba destinada al teatro. Dicen que, a veces, cuando su padre, un prestigioso tapicero bien relacionado con círculos intelectuales y la Casa Real, la cogía en brazos ella empezaba a llorar, lo que hacía decir a su progenitor: “Calla, mi niña, que pareces una mala actriz dramática”.
Tras varios años preparándose para ser actriz, con 18 años debuta en el Teatro de la Princesa de Madrid. Era el 28 de octubre de 1885 y la obra a interpretar, “¡Sin familia!” del escritor galo Héctor Malot. Durante la representación tenía que cantar un cuplé en francés, pero cuando llegó el momento la joven artista se quedó en blanco y se echó a llorar. Sus muecas, sus pucheros, hicieron reir a los espectadores y esas risas, lejos de aminalarla, le dio confianza, levantó el ánimo y comenzó a cantar, recibiendo entonces la primera gran ovación de su prolífica carrera como actriz y empresaria teatral. Había nacido la gran dama de la escena española, María Guerrero.
Al principio solo hacía papeles cómicos, pero gracias a su tesón, pronto se consagra como gran actriz dramática. Cinco años después de su debut es ya primera actriz del Teatro Español, con cuya concesión se hace en 1894 y y tras casarse con Fernando Díez de Mendoza, establecen una nueva forma de gestión. Así, por ejemplo, se inventan “Los sábados blancos”, para los que vendían abonos de 10 sesiones y en los que se juntaba la juventud. Además, en su teatro se apagaron por primera vez las luces durante las funciones.
Representó tanto a los autores clásicos como a los contemporáneos, a los que se empeñó en dar notoriedad. Interpretó obras de Jacinto Benavente, Echegaray, Pérez Galdós, Eduardo Marquina o los hermanos Álvarez Quintero. Con algunos mantuvo una estrecha amistad y todos la admiraban. Zorrilla dijo de ella que era su “doña Inés soñada” y Benavente que su voz sonaba a “clarín de guerra, a trompeta del juicio final”
Tras el nacimiento de sus dos hijos emprende una gira Latinoamérica y después viajan a Francia, Bélgica e Italia. Actuó junto a la legendaria Sarah Bernhardt y estrenó a Marquina en la Opera House de Nueva York. En 1908 compró el Teatro de la Princesa, que era en ese momento el más moderno de Madrid, y que ahora lleva su nombre. Incluso establece allí su residencia.
A lo largo de su vida realizó 24 giras por América. En Buenos Aires quiso cumplir su gran sueño, construir un lujoso teatro. Inaugura el Teatro Avenida y realiza donativos para que se construyera el Teatro Cervantes. El proyecto se llevó por delante gran parte de una fortuna que llegó a los 30 millones de pesetas.
En 1928 sufre un desmayo mientras ensaya “La Diabla”, lo que le obliga a pasar en cama la última semana de su vida. Tras el desmayo, alguien le insinuó que no alarmara a su familia, pero María Guerrero sabía que estaba muy mal y replicó: “¡Pues que se alarmen! Esto va de veras”… Y tan de veras que iba… María Guerrero muere el 23 de enero de 1928 en su vivienda del Teatro de la Princesa. Un día después, un multitudinario cortejo fúnebre acompañaba su féretro a la Almudena, entre ellos iban unos afligidos Jacinto Benavente y los hermanos Álvarez Quintero, que con anterioridad habían tenido ocasión de despedirse de ella.
En el Museo del Prado podemos encontrar tres retratos: Emilio Sala la pintó con tres años, Raimundo Madrazo la pintó como una joven doña Inés en Don Juan Tenorio y ya en la cúspide de su carrera, Sorolla la inmortaliza como La dama boba. Además de un teatro con su nombre, el Teatro María Guerrero, sede del Centro Dramático Nacional, también nos acordamos de ella cuando damos con alguien que, por un motivo u otro, exagera su vena dramática tanto que nos hace decir… “¡¡…mira María Guerrero!!!”
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