20 Ene La Bella Otero, el símbolo de la Belle Époque
La Bella Otero, la reina del Folies-Bergére
Ni se llamaba Carolina, ni era hija de una guapa gitana andaluza, ni su padre era un oficial griego, aristócrata, que, loco de amor, había raptado a la gitana y más tarde se había casado con ella… Todo había sido fruto de su imaginación, pero así lo creyeron sus admiradores desde que la musa de la Belle Époque decidiera publicar sus memorias, “Les souvenirs el la vie intime de la Belle Otero”, redactada por Cluade Valmont.
Agustina Otero Iglesias, ese era su verdadero nombre, nació en la localidad gallega de Valga el 4 de noviembre de 1868. Hija de padre desconocido, creció en la más absoluta pobreza y abandono. Con solo diez años fue violada de forma brutal, agresión que la dejó estéril y marcó su vida para siempre. Una vez recuperada de las lesiones huye de su casa y no vuelve más a su pueblo natal. Comienza a trabajar en una compañía de cómicos ambulantes portugueses y se dedica al baile y la prostitución. Es entonces cuando decide cambiar su nombre de pila Agustina por el de Carolina.
Actúa en varias ciudades y en Barcelona conoce a un banquero, Ernest Jurgens, que la quiere promocionar como bailarina en Francia y la lleva a Marsella. Jurgens quiere que sea la aternativa de Carmencita, otra bailarina española de la época y decide cambiarle el nombre por el de La Bella Otero. El joven banquero se enamora de la artista, pero La Bella Otero comparte su amor con otros hombres. Jurgens no soporta esa situación y termina suicidándose.
Ernest Jurgens es el primero que se quita la vida por no poder tener en exclusiva a La Bella Otero, pero parece ser que no es único y que, al menos, otros seis hombres se matan por ella. De ahí que también se conozca a La Bella Otero como “La Sirena de los Suicidios”.
Según las crónicas de la época, La Bella Otero no era una bailarina profesional y su arte era más instintivo que técnico, pero su belleza y picardía suplían esas carencias y la artista actúa en Nueva York y realiza una gira por las principales ciudades del mundo anunciándose como “bailarina exótica y actriz”.
Muy pronto se convierte en la reina del Folies-Bergère y en todo un sex-symbol de la Belle Époque. Su belleza atrae a hombres de todo el mundo y es capricho de reyes, magnates y aristócratas. Entre su larga lista de amantes encontramos nombres de la realeza como Alberto de Mónaco, Leopoldo de Bélgica, el Zar Nicolás II, el káiser Guillermo de Alemania y a un joven Alfonso XII a quien, aseguran, introdujo en el arte amatorio.
La Bella Otero es ya una de las tres cortesanas más famosas del siglo XIX y principios del XX y sus admiradores la colman de joyas y dinero, lo que le convierte en una de las mujeres más ricas del momento, pero el dinero le dura poco al dilapidar toda su fortuna en el juego. Gastó tanto dinero en los casinos que en los últimos años de su vida subsistió con la ayuda de una pensión que le pasaba el Casino de Montecarlo.
Nina Otero, como también se hacía llamar, se retira de los escenarios en 1910. A los pocos años y ya casi en la ruina, le convencen para que escriba sus memorias. Es aquí cuando reinventa su biografía, unos datos que todos creen a pies juntillas hasta que a los 87 años, debido a la miseria en la que vive, solicita a la Seguridad Social francesa una pensión. Es entonces cuando le exigen un certificado de nacimiento, lo que supone el principio del fin de su leyenda, pues no tiene más remedio que solicitar ese certificado al alcalde de Valga, descubriéndose sus verdaderos orígenes.
La Bella Otero fallece en Niza el 12 de abril de 1965. En el momento de su muerte solo tenía 609 francos que dona a las familias más necesitadas de su Valga natal. En la actualidad, La Bella Otero está considerada “personaje ilustre” en el Concello de Valga y sobre su tumba en el cementerio de Niza se puede leer “C. Otero”.
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