22 Abr Ganas de vivir… El regreso a casa de una expatriada
¡Por fin vuelven las ganas de vivir!
¡Qué ganas de salir! ¡Qué ganas de disfrutar! ¡Qué ganas de estar con la familia y los amigos! Tras dos años de pandemia, en el ambiente se respira alegría, alivio y ganas de vivir, ¿no os parece? Bueno, también es cierto que aún hay un poco de sensación de miedo y cautela, pero la percepción que tengo es mucho más positiva que negativa.
Me cuentan algunos amigos que este año los Carnavales han estado abarrotados de gente, al igual que la Semana Santa de todos los pueblos y ciudades. Por lo que sé, se avecina una Feria de Abril de Sevilla multitudinaria, como el resto de ferias. Obviamente, con las romerías ocurrirá exactamente lo mismo, la muestra es que he estado más de un mes intentando buscar hueco en algún carro para hacer el camino del Rocío con la Hermandad del Rocío de Huelva y ha sido totalmente imposible. En fin, ¡otro año será! Mientras tanto, me conformo con poder viajar de vez en cuando a mi lugar favorito del mundo.
Hace unos días tuve la suerte de ir a mi querida Punta Umbría (Huelva) para pasar la Semana Santa, y os puedo asegurar que aproveché hasta el último minuto que pasé en esa maravillosa tierra, ¡qué suerte tengo!
Recuerdo que antes de irme le comentaba a una amiga de aquí de Londres que, durante mi estancia en España, sabía que iba a llover un par de días aunque habría unos 18 grados; “Pues como nuestro verano”, me decía ella. Las dos nos reímos en aquel momento, sabiendo que lo que decía era una gran verdad.
Como os podéis imaginar mis vacaciones en España han durado un suspiro, un abrir y cerrar de ojos, se han esfumado casi sin darme cuenta. Como siempre, no me dio tiempo a ver a todas las personas que quería, ni a hacer todo lo que tenía en mente, pero esta vez no me he estresado. Ya son casi 10 años los que llevo viviendo fuera y tengo la lección bien aprendida: allí voy a relajarme y a disfrutar de los planes que vayan surgiendo, ¡nada de agenda programada!
Recuerdo que las primeras veces que volvía a casa llevaba escrita una lista de compromisos interminables
Quería ver a todo el mundo, hablar cara a cara, ponernos al día en persona… Me considero una persona extrovertida, y pensaba que disfrutaría con tantos eventos sociales. Sin embargo, tengo que reconocer que es realmente agotador, sobre todo por tres razones principales: tengo la suerte de tener muchísimos amigos, siempre surgen imprevistos que trastocan los planes y, lo más importante, los días sólo tienen 24 horas.
Me costó mucho cambiar el chip, incluso llegué a sentirme una persona egoísta en alguna ocasión, pero hoy por hoy estoy convencida de que fue la decisión más acertada. Me dejo llevar por los planes que se van improvisando, voy quedando con quien me llama, y me lo tomo con mucha calma. Nunca veo a todo el mundo cuando voy a mi tierra, ¡es imposible! Eso no quiere decir que no los quiera ni los eche de menos, todo lo contrario. Eso quiere decir que el día que los vea les daré un achuchón enorme, y disfrutaré aún más de su compañía.
Esto puede parecer una tontería pero, para los que vivimos fuera no lo es. Tengo algunos amigos a los que no les gusta volver a España porque tienen tantos compromisos, tantas visitas obligadas, tanta gente que se enfada si no los ve, que al final ni descansan, ni hacen lo que les apetece, ni disfrutan. Y eso no es justo.
Por supuesto, es una gran satisfacción saber que siempre que voy tengo gente que quiere verme, pero al mismo tiempo puede ser agobiante el no tener tiempo para reunirme con todos. Es algo difícil de entender si no has vivido fuera, por eso aprovecho la oportunidad que me da Mujeres Valientes para explicarlo.
Por favor, si alguno de mis amigos me está leyendo, que no se lo tome a mal. No hay nada que me guste más que una llamada o mensaje de alguien que quiere quedar conmigo cuando voy. Simplemente me gustaría aclarar que a veces no tengo tiempo, o una de mis hijas se pone enferma (algo muy habitual en vacaciones), o me apetece estar con mi familia.
Normalmente, cuando voy a Huelva, mis hermanas están trabajando, por lo que suele ser complicado que podamos coincidir toda la familia a la vez. Pero, cuando conseguimos quedar todos… ¡Las risas y el buen ambiente están asegurados!
¡Ay, qué buenos ratos pasamos juntos!
Si os soy sincera, la lista de personas a las que me he quedado sin ver esta vez, como siempre, es interminable: la pandilla de los fenómenos, a los que adoro; mi ahijado y su maravillosa familia; algunos de mis amigos de Punta, a los que me cuesta pillarles; Mercedes y su encantadora hija Martita; mi amiga Marta, a la que llevo no sé cuantos años sin ver en persona; y por supuesto todos los buenos amigos que tengo en Sevilla, en Salamanca, en Vigo, en Murcia y en Madrid, que no son pocos.
La verdad es que me siento muy afortunada por rodearme de toda esa buena gente cada vez que voy. La mayoría entiende que a veces es complicado poder vernos, aunque de vez en cuando hay alguien que se enfada un poco cuando no consigo sacar un hueco para quedar. Ojalá algún día entiendan que no es por falta de ganas.
Dicho esto, me gustaría resaltar que los días que he pasado en Huelva he disfrutado muchísimo, me he reído muchísimo, ¡y he comido muchísimo! Es que no lo puedo evitar: los churros por la mañana, las torrijas de mi madre, los chocos fritos, las coquinas, las croquetas (de todos los sabores), las chacinas, las carnes ibéricas, las gambas blancas de Huelva… La lista de manjares es interminable y, claro, ¡no me puedo resistir! Lo malo es que esa felicidad que siento frente una mesa, rodeada de gente querida, luego se traduce en kilos de más, ¡y eso me gusta menos!
Tengo que empezar a plantearme muy seriamente la operación biquini, debo comer más verduras y menos pan o, como dice mi hermana Laura: “menos plato y más zapato”… Pero es que cuando estoy allí, no puedo evitarlo, ¡es superior a mis fuerzas!
A eso hay que sumarle los cafelitos (con milhojas o tartas variadas), las amarguinhas después de comer (uno de mis licores favoritos), o las copitas de sobremesa mientras charlamos y arreglamos el mundo. No puedo quejarme, la verdad, os aseguro que el peso que pongo esos días es directamente proporcional al nivel de diversión del que disfruto durante cada uno de esos momentos. (Por favor, si alguien tiene la formula secreta para conseguir esa fuerza de voluntad que necesito para hacer una dieta, que me lo diga; le estaré eternamente agradecida).
A veces, cuando hablo con mis amigos les digo que no saben apreciar lo afortunados que son
Yo me paso el año soñando con las vacaciones en España para disfrutar de ese sol que calienta de verdad; para pasear con mi madre y sus perritos por la ría, mientras charlamos; para escuchar las anécdotas de mi sobrino el pequeño, que es un crack; para ver a mis hijas haciendo el esfuerzo de hablar español con todo el mundo; para tomarme un helado enorme mientras paseo por la calle Ancha; para ir al mercado y comprar pescado fresco; para pasear por mi playa inmensa, oliendo y escuchando el mar; para observar como han crecido mis sobrinos y los hijos de mis amigos desde la última vez que los vi (y lo vieja que me hacen sentir)… Y así seguiría con una lista interminable de pequeños placeres de la vida que disfruto cada vez que aterrizo por allí.
Sinceramente, no voy a quejarme en absoluto por nada, creo que no merece la pena. Es cierto que he necesitado varios días para recuperarme de la semana que he pasado en España, es cierto que he venido con una contractura muscular muy molesta, y también es cierto que me sobran unos kilitos, pero os aseguro que esos pequeños “inconvenientes” compensan con creces los días que que he pasado allí así que, como decimos en mi tierra: “¡qué me quiten lo bailao!”
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