12 Abr Antonia Gutiérrez Bueno, la llave que abrió la Biblioteca Nacional a otras mujeres
Rodeada de libros desde niña, Antonia o Marie Toinette Bonus, como le llamaría Moratín, lejos estaría de imaginar que ya en edad adulta tendría tantos problemas para acceder, como un ciudadano más, a los tesoros que albergaba la Biblioteca Nacional. Esa traba, pero sobre todo su decisión para acabar con ella, es lo que hará que el nombre de Antonia Gutiérrez Bueno pase a la historia.
María Antonia Gutiérrez Bueno y Aoiz nace en Madrid en enero de 1781 y lo hace en el seno de una familia acomodada. Su padre, Pedro Gutiérrez Bueno, fue un importante hombre de ciencias de finales del siglo XVIII. Químico, farmacéutico y Boticario Mayor del Rey, se movía en un importante círculo social en el que se encontraban nombres como el Marqués de Santillana o Leandro Fernández de Moratín.
En su casa había una gran biblioteca formada por más de 300 obras, la mayoría sobre temas científicos, aunque también había diccionarios y gramáticas de otras lenguas. Libros a los que tanto Antonia como sus hermanas podían acudir cada vez que quisiera.
Se casa con Antonio Arnau, con quien se va a vivir a París y allí continúa relacionándose con grupos intelectuales. Pero a pesar del ambiente de libertad en el que se mueve, la discriminación de género está a la orden del día, por lo que decide adoptar un nombre masculino, Eugenio Ortazán y Brunet, para traducir del francés una colección de artículos sobre el cólera morbo. Y con ese nombre comienza a publicar en 1835 un ‘Diccionario histórico y biográfico de mugeres célebres’.
Viuda y, de nuevo en España, se encuentra con un importante problema para poder continuar con sus investigaciones. Necesitaba documentación, pero acceder a la Biblioteca Nacional estaba vetado a las mujeres casi desde su creación en 1711. Las mujeres no podían acceder a la sala de lectura porque, aseguraban, podría molestar a los usuarios. Solo podían entrar en días extraordinarios y de visita, nunca como lectoras.
Así se establecían en el artículo 78 del capítulo1 de las Constitucionales de la Real Librería de 1761, donde se decía que el bibliotecario “no permitirá la entrada con gorro, cofia, pelo atado, embozo u otro trage indecente ó sospechoso, ni Muger alguna en días horas de estudio, pues para ver la Biblioteca podrán hir en los feriados con permiso del Bibliotecario Mayor”
Antonia Gutiérrez Bueno no se rinde y el 12 de enero de 1837 manda una carta al Ministerio de Gobernación solicitando una autorización para que se le permita la entrada a la Biblioteca.
“Estando publicando una obra con el título de Diccionario histórico y biográfico de mugeres (sic) célebres bajo el nombre de D. Eugenio Ortazán y Brunet en el que se halla anagramatizado el suyo y siéndole difícil y aún imposible, a causa de sus circunstancias procurarse los libros que necesita para continuar su obra, la que se va recibiendo bastante aceptación del público, a V.E. Suplica se sirva dar a la exponente un permiso para concurrir a la Biblioteca Nacional, donde podrá hallar todos los libros que necesita para continuar su trabajo”.
En relación a esa petición, el director de la Biblioteca Nacional, Joaquín María Patiño, manda un informe al propio Ministerio, donde tras recordar la prohibición de las Constitucionales, ofrece para la solicitante una sala en la planta baja, aunque era pequeña, de modo que “si llegasen a exceder del número de cinco o seis las mugeres que pretendiesen aprovecharse de este beneficio… serían preciso comprar mesas, un brasero, escribanías y lo necesario para que las señoras concurrentes estuviesen con la decencia que corresponde”.
Es la Reina Regente María Cristina de Borbón, quien intercede y decide resolver el conflicto con otra misiva… “Permita V.S. la entrada en la sala baja que indica a las mujeres que gusten concurrir a la Biblioteca… no sólo a doña Mª Antonia Gutiérrez, sino… a todas las demás mujeres que gusten concurrir”, añadiendo que “en el caso se que afortunadamente el número de estas exceda de cinco o seis, lo haga usted presente, manifestando el aumento de gasto que sea indispensable”.
Es así como la Biblioteca Nacional reconoce el derecho de las mujeres de utilizar sus libros, hojearlos, leerlos, estudiar e investigar con ellos. Antonia Gutiérrez Bueno nunca terminó el diccionario y después de esa fecha no publicó más que artículos, algunos en defensa del derecho a la educación de las mujeres, pero su nombre pasaría a la historia por ser la primera usuaria de la Biblioteca Nacional.
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