22 Oct Años de escuela… ¿Los mejores años de nuestra vida?
Necesitamos contar con los demás y no siempre están disponibles. Hay momentos de nuestra historia personal en los que la narración se repite para muchos de nosotros.
La época escolar es una de ellas y la escuela el espacio donde todo transcurre, a ojos de los demás y al final también de nuestros propios ojos, con normalidad.
Niños y adultos mezclados durante horas en un mismo espacio, compartiendo ese tiempo y quizá, de vez en cuando, algunos intereses. Centros educativos urbanos masificados, escuelas rurales al punto del cierre por falta de ratio, colegios privados trilingües para la élite social… todos con algo en común: sus dolores.
AÑOS DE ESCUELA… AÑOS DE DOLOR
Personas necesitando el amparo de otras para sobrevivir emocionalmente la jornada impuesta e incluso para tirar con el resto del día fuera de allí tras haber cumplido la obligación. Personas, grandes y pequeñas, con dolores en el alma que se hacen invisibles a los ojos de quien no quiere, puede o debe verlos. Que pasan desapercibidos y se acumulan generando lastre para la vida.
Una niña llega temprano, disimulando el miedo de tener que esperar junto a la verja sola, Mamá se va al trabajo y hasta las 8:15 no sonará el maravilloso ruidito que hace el desbloqueo de la portilla cuando la bedela pulsa el interruptor de apertura de patio. Alivio, sí, y un miedo acumulado sin acompañamiento ni gestión.
La bedela, mujer de media edad, madre de universitario ya, aliviada por haber dejado atrás esta etapa educativa y preocupada por la actual, con medio cerebro y medio corazón aquí y las otras mitades en la ciudad donde su hijo estudia una ingeniería, que por oficio tiene a su cargo las llaves del centro de enseñanza, que cuida del mantenimiento del edificio, vigila y mantiene el orden fuera de las aulas, informa, anuncia la hora de entrada y salida de las clases y realiza otros trabajos no especializados… como atender almas dolidas cuando es capaz y está dispuesta a verlas.
AÑOS DE ESCUELA CON DOLORES EN EL ALMA
Ella, que a veces no se sostiene sola, sobre todo desde la separación y el diagnóstico médico a su padre, que hay días en los que no encuentra la forma de estar presente porque su mente divaga buscando amparos y soluciones eficaces que no acaba de encontrar, que se angustia pensando en los años que le quedan por cotizar, que está sola, muy sola, que entre cigarrillo y café quema los descansos, también necesita contar con alguien y no, no encuentra a nadie.
Niños y adultos, personas grandes y pequeñas, buscando amparo, escucha, atención, empatía… entre paredes o verjas de patio. Docentes rotos que, ya desde su ¿hogar? llegan exhaustos un día más.
Esas pastillas para dormir van bien, al menos durante unas horas te olvidas de todo y tienes la sensación de haber descansado. Es una agradable sensación que te invita a sonreír y parece que llegas al cole contento y con ganas
Pero la niña que espera con miedo en la entrada lo nota, ellos nos dan cien vueltas, notan la falta de honestidad emocional a la legua. Y dentro del aula, un poco antes de que suene el timbre que anuncia tiempo de recreo ¡ese docente estalla! Porque realmente no es él quien está allí, es su zombi emocional disimulando para cumplir y así sobrevivir.
“Ya está bien ¡Silencio! No sé para qué me molesto en preparar las clases si después no ponéis interés en nada, no merece la pena ¡me tenéis harto! Ahora lo vais a hacer vosotros solitos en casa ¡eah! A ver si empezáis a valorar la presencia del maestro en clase y las explicaciones de una vez ¡caramba! Que se le quita a uno hasta la vocación…”
Y pide a gritos que se valore su presencia, el resto del sermón no importa, es paja, él tiene dolor y vacío. Quiere sentir que pertenece, que es significante y que puede aportar algo útil a ese grupo social.
Él no necesita más, pero no lo consigue. Vacío existencial sin acompañar ni gestionar que genera otro lastre. Como Marcos, que siempre se sienta en el pupitre pegado a los percheros y, cada vez que puede, hunde la cara entre los abrigos para huir mentalmente de los momentos que le consumen por dentro.
Sobre todo cada vez que mira el reloj y ve la hora, esto ocurre muchas veces en la mañana, y, tras cada ojeada, ese pensamiento recurrente le atormenta “Dos horas y media para que suene el timbre de salida. Una hora y tres cuartos para que suene el timbre de salida…”
AÑOS DE ESCUELA… REALIDAD QUE LE MATA
Porque no quiere salir y tener que volver a esa realidad que le mata y no le permite crecer. Con once años padece lo indecible y su alma rota no encuentra amparo, ni en casa ni en la escuela. Así es imposible entender la suma de potencias con iguales exponentes. La mañana es larga y demasiado corta al mismo tiempo. Más desamparo generando dolor y lastre.
A Marisa le pasa algo diferente pero parecido. Al fin consiguió empleo para casi nueve meses como auxiliar y cuidadora de comedor.
Son nueve pagas y su correspondiente finiquito que le dan un respiro (cuando no piensa en lo que va a ocurrir en junio, claro), esto le da chance para que las niñas sigan yendo a natación y pueda dejar de escuchar sus insensatas recriminaciones de “Es que todos hacen extraescolares y nosotras no ¡parecemos pobres!”. Como puñales, tal cual, y ellas no lo saben aún.
Con ocho años quieres estar con tus amigas y esas están todas en clases de natación sincronizada soñando con llegar a formar parte del equipo olímpico nacional… En fin, nueve meses de pagos cumplidos y medio sueños también.
Y a la hora de comer pueden juntarse alrededor de la misma mesa la niña asustada del principio de la mañana, la bedela ausente, el docente empastillado, Marcos y Marisa. ¡BOOOM!
Dolores en la escuela que no atendemos porque no hay tiempo, hay que hacer otras cosas “Aquí no venimos a gestionar dolores, venimos a dar clases de diferentes materias y ellos a formarse para la vida”, sí, en parte tienen razón, ese es el vehículo, la educación reglada, pero… ¿Qué vida…? ¿De qué nos sirven personas asustadas, engañadas, disimulando, vacías, rotas?
Somos zombis emocionales que deambulamos por esta vida creyendo que somos protagonistas de una historia más bonita y que merece las penas.
Están los lugares llenos de personas SOLAS a nivel interior y, desgraciadamente, el tema sigue siendo tabú
Continuamente nos centramos en atender el cadáver (sí, lo que vemos fácilmente a simple vista, lo que nos parece ser la persona que ahí habita, y nos olvidamos de ampliar la mirada, de ver a la persona real, de conectar con ella a través de la mirada y encontrarla dentro).
Solo con eso ya la habremos hecho sentir acompañada, el amparo ya estará presente, la persona atendida y no sola, los pedazos recompuestos y el ser pleno para funcionar. Y lo triste y preocupante para mi es que esto que pasa en las escuelas, todo este dolor desde la infancia, y lo podríamos estar evitando con solo unas pocas más de ganas, con intención y entrenamiento.
Porque estaremos mejor nosotros y estarán mejor ellos, porque la sociedad se iría sanando y dando nuevos frutos, porque empezaría a haber generaciones de niños y jóvenes capaces de gestionar y acompañar… hasta que esta nueva rutina de atendernos quede instaurada y que nos pase tan desapercibida como hoy nos pasan los miedos de Marcos.
Sería bonito hacer oídos sordos cuando ya no tengamos que estar atentos a gestionar con unos y con otros porque ya entre todos hayamos aprendido a hacerlo y lo hagamos de forma natural y altruista.
Será bonito sentir la motivación, la alegría, la plenitud… en las aulas y fuera de ellas
Entonces sí que les habremos dejado la mejor lección para la vida
Y sí, sé que necesitáis leer lo que sigue, que en las escuelas también hay niños seguros, bedeles presentes súper eficientes, docentes motivados y plenos que duermen a pierna suelta porque son felices con su vida y personal del centro alegre y confiado que disfruta su labor y acompaña. Lo sé.
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