10 Feb Anorexia nerviosa… Diario de la madre de Ana
“La anorexia y la bulimia muestran su cara más amarga durante el confinamiento”. Así titulaba El País una de sus noticias del 11 de junio de 2020. A continuación añadía: 1 de cada 20 mujeres en España tiene problemas con la comida. Son datos que mi colega Lucía Franco recopiló de la Asociación Contra la Anorexia y la Bulimia.
Es cierto que el confinamiento ha agravado los trastornos psicológicos y ha fomentado su aparición en personas que, hasta ahora, no habían padecido ninguno. Este último es el caso de mi hija. La vamos a llamar Ana. Como se nombra a todas las chicas que padecen anorexia. Tengo que decir que esta patología también afecta a varones.
Ana… El nombre propio de la anorexia
Ana tiene 13 años. Siempre ha sido una niña responsable, inteligente, muy estudiosa y perfeccionista. Es decir, según su terapeuta, tiene el perfil propicio para desarrollar algún trastorno de la conducta alimenticia (TCA). Además, siempre ha sido delgada. Qué es lo que la ha llevado a verse como un monstruo enorme que no merece ni siquiera vivir? La respuesta es: anorexia nerviosa.
El coronavirus nos ha hecho pasar mucho tiempo en casa. Ana es casera y durante el curso ha estado alternando clases online con rutinas de ejercicio y alguna que otra quedada virtual con las amigas. Nada raro, pensaba yo. Se fue preocupando por una dieta más saludable, eso sí, pero sin despreciar ningún alimento.
Yo estaba muy orgullosa porque se cuidaba. ¿Qué adolescente prefiere el brócoli a la pasta?
Tantas horas en su habitación pensando en qué sé yo. Me planteo muchas veces si la situación hubiera sido igual sin la llegada del coronavirus… Nunca lo sabremos.
Tampoco conocemos la causa. Qué la llevó a transformar su concepto de saludable en insalubre, a obsesionarse con la comida y con la pérdida de peso, a crear una realidad mental que nada tiene que ver con la de los demás.
Si observo desde fuera, creo que la enfermedad de Ana se fue gestando durante todo 2020 y se aceleró por la pandemia. También influyó el comentario de alguna compañera de clase, de esas “populares” que la llamó “pringada” solo por estudiar y sacar buenas notas. Ana no le respondió a ella, sino a mí: “se creerá que voy a dejar de estudiar”, me dijo. De estudiar no dejó, pero de comer sí. Eso es solo un hilo del telar. Un TCA no surge así como así. Con mucha terapia, paciencia y suerte iremos hilando, construyendo la historia. Quizás algún día os la pueda contar.
Reconozco que en verano comenzó a hacer más deporte y a disminuir los alimentos grasos y azucarados, pero seguía comiendo bien. Entrenaba conmigo, así que no veía nada anormal. En septiembre se produjo el cambio y Ana materializó sus pensamientos… Ya no era la misma.
Comenzó sustituyendo las tostadas del desayuno por avena o fruta, el ColaCao por un vaso de leche muy caliente y digo muy caliente. Pensaba que así al criar nata por encima y retirársela, la desgrasaba. Dejó de comer dulces, golosinas y chocolate. ¿Chocolate? ¿Con lo que le gusta? Sí. Ya la comida no tiene sabor, sólo calorías y las calorías le sobran.
Han pasado meses, un ingreso en el hospital y seguimos en terapia. Una terapia que va a durar, mínimo, cuatro años. Qué duro. No me preocupa sólo el presente, ni el futuro inmediato, sino que esto se quede para siempre. ¿Qué es la vida sin el placer de comer? ¿Qué es la vida sin alimentarse, sin nutrirse, sin relacionarse con los demás?. No olvidemos que toda celebración tiene un banquete y quizás mi hija siempre lo mire de reojo.
No quiero ser fatalista. De la enfermedad se sale. Tengo una amiga que pasó por ella. Es una mujer de bandera. Es madre amorosa, pero como dice ella, sigue teniendo esa “tara”. Cada vez que se angustia no piensa ni en hijos, ni en familia, sino en la comida. ¿Será ese el futuro de Ana? No tengo ni la menor idea y rezo para que en el peor de los casos sea así.
Ahora Ana ni se plantea ingerir algo que se salga de la dieta del hospital. Cinco comidas al día, estrictamente pesadas, no se come ni un gramo más. Todo lo que está fuera de su organigrama alimenticio no existe. Come por obligación, eso es lo que hay.
No me puedo quejar. Ha vuelto a sonreír. Tampoco me engaño. Hoy no quiere ni mirarme. Mi Ana cariñosa que no dejaba de darme abrazos vuelve de vez en cuando, los días que no está suspiro y me callo. Hay veces que no puedo aguantar la tristeza, otras no soporto la presión. Pero sigo aquí y seguiré.
La batalla es desgarradora y larga. Continuo elaborando mi estrategia, no me sorprenderá desarmada. Mi lucha es su lucha y la tuya, si quieres.
No Comments