14 Dic Buenas personas… Buenos líderes y mejores guías
Son muchas las ocasiones en las que los padres, abuelos o cualquier adulto responsable de educar a un niño o adolescente, se llevan al extremo eso de “hacer lo que se debe y ser firmes en ello”. Muchas ocasiones en las que el empeño nos muestra su peor lado.
Sabemos de las consecuencias negativas del abuso de autoridad, que no es lo mismo ser líder reconocido por el grupo social (familia, escuela, equipo, empresa…) que ser jefe o tener el poder de control. Un adulto que guía a menores debe ser líder, ser admirado y reconocido ganándose el respeto honesto de los mismos.
Porque si la persona adulta se lleva al extremo la firmeza dejando de lado el atender las necesidades del otro recoge en resultados a corto, medio y/o largo plazo tales como:
Miedo, Soledad, Baja autoestima, Resentimiento, Sumisión.
Venganza, Dependencia, Agresividad, Frustración, Rabia.
Falta de confianza, Falta de diálogo, Mentiras, Falta de capacidad de decisión.
Rebeldía e Incluso patologías de salud mental.
Buenas personas que deben ejercer como líderes… Ejemplos para los más pequeños
Y se refleja en algo tan simple y común como obligar a un menor a acabarse un plato de comida, a quedarse dentro de una habitación hasta que cambie su opinión sobre algo, a escribir con la otra mano, a hacer esas letras como se debe, a terminar secundaria, a dejar de salir con ese chico o a matricularse en la universidad.
Obligar tiene un doble filo peligroso si no se sabe manejar. ¿Alternativas respetuosas? Proponer, presentar, ofrecer, dar ejemplo, recomendar y, aun así, aceptar si la respuesta es no.
Lo que parecía una escena normal de familia con niños pequeños en cualquier casa, y después se convirtió en una cruz con la que hubo que cargar mucho tiempo, empezó aquel día en que Aurora decidió preparar judías verdes para comer y así, además de poner verdura en la mesa y cumplir con lo que los expertos en pediatría recomendaban, dar la oportunidad a su hija de acostumbrarse a su sabor.
Junto con el dolor de espalda, el estrés por tan pocas horas de labor y tan mal pagadas en cada uno de sus tres empleos temporales y la tristeza por la enfermedad de su hermana se juntaron y escondieron tras un intento más de ser buena madre.
Aurora sacó la fuente del guiso con orgullo y la puso en el centro de la mesa. La niña la miró con extrañeza y esperó. “¡Mira qué rico cariño, patatitas guisadas con judías verdes! Qué buenas ¿verdad?”.
“Yo no quiero”.
“¿Cómo no vas a querer? ¡Si están muy ricas! Y además son muy buenas para crecer grande y fuerte. Te pongo unas pocas y las pruebas”.
“No quiero lo verde, no me gusta, quiero patatas”.
“A ver… no puedes decir que no te gusta si no lo has probado. Pruébalo primero”.
“¡No!”
… Y lo que sigue nos lo podemos imaginar ¿verdad?
Gritos… ¡Haz el favor, no me torees!
Amenazas… ¡Como la líes por una puñetera judía verde verás! ¡No hay parque ni nada si no lo pruebas! ¡Prepárate!…
Victimismo… ¿Para qué me molestaré yo en ser buena madre si me lo pagas así? ¡Claro, después es que yo soy la mala de la casa y todo eso!
Y hasta llegar al daño moral ¡Caprichosa, que eres una repugnante con la comida!… y físico, cuando la coge por el pelo de la parte trasera de la cabeza y la sujeta mientras le acerca media judía verde con un tenedor a la boca… Lágrimas, llanto, gritos, miedo.
Tremendo.
Y esa mujer en ese momento no se ve y no es capaz de parar ni auto-regularse para poder pensar y ser coherente. Y esa mujer no sabe que puede estar provocando el rechazo a la verdura, que su hija la vea y sienta como una adulta poco confiable (quebrando así el vínculo seguro y de sostén que tenían y necesitan), que la hora de comer sea siempre un momento de tensión o, incluso, un trastorno alimentario a medio o largo plazo.
¡O nada! Claro, también puede ser, que quede en un mal rato, se repare y no pase más. Perdonado y seguimos. Ahora sí, el dolor seguro que ya ha dejado cicatriz.
Por supuesto que no lo hace a propósito, de hecho lo hace con la mejor intención de ser una buena madre y, desde el amor y la responsabilidad que siente por su hija, cuidarla y mantenerla sana dándole todas las oportunidades posibles para estar bien.
Por hacer las cosas como se debe. Sí. Como otros dicen que se debe y que, si nosotros mismos no valoramos y medimos hasta dónde o cómo nos conviene, nos puede trastornar la convivencia y hasta empujar a pelar ese cable de la conexión emocional sana que nos une a adultos y niños o adultos y pubertos.
Entonces ¿nos conviene empeñarnos en este tipo de cruzadas? Porque si las iniciamos estando seguros de que queremos salir victoriosos de ellas entonces segurísimo que no nos conviene. (Aurora estaba convencida de que su hija lo comería y ya. Su victoria estaba asegurada porque no tuvo en cuenta a la niña).
Porque, si nosotros salimos ganadores en la lucha de poder… ¿en qué puesto queda el menor? ¿De verdad queremos que hijos o alumnos sean perdedores? No ¿verdad? Entonces algo falla, algo no concuerda entre lo que sentimos y pensamos y lo que hacemos y decimos.
Hay incoherencias mientras educamos y acompañamos. Ellos las perciben y seguimos siendo poco confiables, entonces va a ser complicado que crean en nosotros, confíen y reconozcan nuestra autoridad. Y así seguimos y queremos que sean obedientes.
Tremendo.
¿Qué quiere usted para el futuro de su hijo?
Principalmente que sea buena persona*
Pues hay que dar ejemplo. Vaciar la mochila emocional en la medida de lo posible y no empeñarse* en cruzadas dañinas (por muy buenas que sean).
*Una buena persona es aquella en la que puedes confiar de verdad. Incluso en el caso de no tener mucha confianza, es una persona responsable que no juega con los sentimientos de nadie.
*Empeñado, empeñada: Adjetivo. [persona] Que se mantiene muy firme y decidido en una idea, actitud o en su intención de hacer una cosa, a pesar de las razones o las dificultades que pueda haber en contra.
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