Ser ama de casa... ¿Una decisión mediocre?

Ser ama de casa… ¿Una elección mediocre?

Ser ama de casa... ¿Una decisión mediocre?

Ama de casa… Una decisión libre

 

Se dio cuenta un día de la cantidad de huevos que comían en esa casa… ¡ella los cocinaba tan a menudo… ! y la única razón era que, además de ser nutritivos para todos, eran gratis. Mientras que al vecino no le faltaran las gallinas a ellos no les faltaría la docena semanal. 

Hacía magia; esa magia que solo una madre saber hacer cuando, con algo más de medio kilo de carne picada, hacía apaño de menú para tres veces. Unos macarrones hoy, una hamburguesa mañana y, el viernes, rellenaba un par de pimientos rojos y se daba el capricho.

Se dio cuenta aquel día, mientras amasaba el pan para dejarlo levando mientras bajaba a la fuente a por agua, de que esas habilidades de las que tanto disfrutaba, esas que la ayudaban a salvar cada día con la cabeza alta y el corazón en paz, quizá les estaban manteniendo donde los que la acompañaban no querían seguir estando. Esa creatividad, el ser tan recursiva, tan capaz, tan amorosa y tan humilde de alma, podrían estar llevándoles ala mediocridad.

Que se había aferrado a esas habilidades sin permitirse comprobar si tendría también otras o no. ¿Podría llegar a ser ambiciosa? A ella no le gustaba ese pensamiento de “Dar todo lo mejor de uno mismo”, ni el de “Haz las cosas hoy mejor que lo hayas hecho ayer”. “¿Porqué siempre dar lo más mejor, como dicen los críos, por qué ese estrés a diario?” se preguntaba. Ya había pasado por ello tiempo atrás, cuando el nivel de perfeccionismo en el que se situó, aquella auto-exigencia enfermiza, la hizo quedarse sola. Completamente SOLA. Y había sido terrible, o más. Ahí no quería volver ni loca. Mediocre sí, sola no. Ojalá hubiese podido encontrar el término medio, el equilibrio que la permitiese vivir creciendo y ala vez acompañada, querida. Pero no sabía.

No es malo crecer y mejorar pero ¿hasta qué punto? ¿Dónde estaba el límite entre el “Así estoy bien” y el “Sé que aún puedo esforzarme más”? Esforzarse era lo que más pereza le daba aunque ella sabía que no era pereza, era miedo, temor a caer en lo que no querría volver a sentir o, más bien, hacer sentir a los demás como ella lo había sentido.

Toda una niñez y adolescencia viendo y viviendo como sus mayores daban prioridad a crecer y mejorar ante otras necesidades paralelas, ella tomó la decisión de no faltar para sus hijosQuizá esa decisión de guiarse por la creatividad y la capacidad recursiva aunque procrastinadora la estaban llevando ¿a la miseria? Miseria personal y miseria económica.

¿Qué ejemplo daba a sus hijos… el de “No hay que estar continuamente esforzándose” , el de “Haz lo que te esté latiendo”, el de “Que no te digan otros a dónde tienes que llegar” o el de “Ten el verdadero control sobre tu propia vida” ? No sabía si eso era bueno, o recomendable, realmente tener el control sobre tu propia vida… en ese momento social en el que vivían, donde todos esperaban del otro que hiciera lo que “debía hacer”, quizá estar en casa no estaba “bien visto”, ni depender de los ingresos de su pareja… quizá, pero ella se sentía libre. Perdón, LIBRE.

Ella decidía si estaba o no estaba, si hacía o no hacía, si buscaba otro trabajo o trabajaba en casa… libre y capaz

Quizá hubo momentos de extraña dificultad. Cuando ante una demanda concreta de cosas normales para niños de su edad y el presupuesto era cero o, simplemente el estilo educativo la llevaba a decir “No, lo siento” y ese hijo respondía indignado con un “¡Jolín,parece que somos pobres!” Ahí se provocaba para ella un amago de dolor emocional que enseguida convertía en una excelente oportunidad para hablar y reconectar. No les faltó de nada. Nunca. Dieron prioridad a lo que consideraban que la tenía. Nada más. Y no todo pasaba por el dinero que se pudiera o no gastar.

Siguió dubitativa entre las razones para cambiar, esforzarse y crecer saliendo de la mediocridad y las de mantenerse firme o estable en sus creencias de calma y amorosa humildad. Así estuvo tantos años, mientras crecían y, desde la puerta de la casa, los vio volar seguros, libres y capaces.

Mientras no falten gallineros y cada uno en su casa haga lo que considere. Ella sabía que era enorme en su mediocridad… enorme y feliz

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Virginia Garcia
contigodesenredo@gmail.com
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